Tercera Estación Jesús cae por primera vez Él mismo tomó sobre sí nuestras dolencias y pecados, y cargó con nuestras penalidades; pero nosotros lo reputamos (consideramos) como un leproso, y como un hombre herido de la mano de Dios y humillado. Siendo así que por causa de nuestras iniquidades (perversidades) fue Él llagado, y despedazado por nuestras maldades; el castigo de que debía nacer nuestra paz con Dios descargó sobre Él, y con sus cardenales fuimos nosotros curados. Del libro del profeta Isaías 53, 4 – 5 Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Ave María Purísima, sin pecado concebida. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Ámen
Cuarta Estación Jesús se encuentra con su Madre Simeón los bendijo, y dijo a María, su Madre: <<Mira, éste ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel, y para signo de contradicción -y a tu misma alma la traspasará una espada- a fin de que se descubran los pensamientos de muchos corazones>> … Y su Madre guardaba todas estas cosas en su corazón. Del Evangelio según San Lucas 2, 34 – 35. 51 Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Ave María Purísima, sin pecado concebida. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Amén
Quinta Estación Jesús es ayudado a llevar la Cruz por el Cirineo Cuando salían encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y le forzaron a que llevara su cruz. Entonces dijo Jesús a sus discípulos: <<Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a si mismo, tome su cruz y sígame>>. Del Evangelio según San Mateo 27, 32; 16, 24 Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Ave María Purísima, sin pecado concebida. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Amén
Sexta Estación La Verónica limpia el Rostro de Jesús No es de aspecto bello, ni es esplendoroso; lo hemos visto, y nada hay que atraiga nuestros ojos ni llame nuestra atención hacia Él; despreciado, y el deshecho de los hombres, Varón de Dolores, y que sabe lo que es padecer; y su rostro como cubierto de vergüenza y afrentado; por lo que no hicimos ningún caso de Él. Del libro del profeta Isaías 53, 2 – 3 Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Ave María Purísima, sin pecado concebida. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Ámen
Séptima Estación Jesús cae por segunda vez Hombre soy yo que estoy viendo la miseria mía en la vara de la indignación del Señor. Entre tinieblas me ha hecho andar, y no en el resplandor de la luz … Cerró mis caminos como con piedras de sillería, desbarató todos mis senderos … Ha quebrado todos mis dientes, dándome pan lleno de arena; ceniza me ha dado a comer. Del libro de las Lamentaciones 3, 1 – 2. 9. 16 Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Ave María Purísima, sin pecado concebida. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Amén
Octava Estación Jesús consuela a las Hijas de Jerusalén Jesús volviéndose a ellas, les dijo: <<Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad más bien por vosotras mismas y por vuestros hijos, porque he aquí que vienen días en que se dirá: “Dichosas las estériles y los vientres que no engendraron y los pechos que no amamantaron”>>. Entonces comenzarán a decir a los montes: <<Caed sobre nosotras; y a los collados (cerros): “Sepultadnos”. Porque si en el leño verde hacen esto, ¿qué se hará con el seco?>>. Del Evangelio según San Lucas 23, 28 – 31 Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Ave María Purísima, sin pecado concebida. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Amén
Novena Estación Jesús cae por tercera vez Puesto que también Cristo padeció por nosotros, dándoos ejemplo, para que sigáis sus pisadas … Él es el que llevó la pena de nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero de la cruz, a fin de que nosotros, muertos a los pecados, vivamos a la justicia. De la primera carta de San Pedro 2, 21. 24 Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Ave María Purísima, sin pecado concebida. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Amén
Décima Estación Jesús es Despojado de sus vestiduras Llegaron al lugar llamado Gólgota, esto es, lugar del Calvario. Y le dieron a beber vino mezclado con hiel y, una vez probado, no quiso beber. Después de crucificarle, repartieron sus vestidos, echándolos a suerte. Y sentándose le custodiaban allí. Del Evangelio según San Mateo 27, 33 – 36 Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Ave María Purísima, sin pecado concebida. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Ámen
Undécima Estación Jesús es clavado en la Cruz Pusieron escrita sobre su cabeza la causa de su condena: Este es Jesús, el Rey de los judíos. También crucificaron con Él a dos ladrones. Uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban le injuriaban moviendo la cabeza y diciendo: <<Tú que destruyes el Templo y en tres días lo edificarás de nuevo, sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, baja de la cruz>>. Del mismo modo, los príncipes de los sacerdotes se burlaban a una con los escribas y ancianos, y decían: <<Salvó a otros, y así mismo no puede salvarse; es el Rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en Él>>. Del Evangelio según San Mateo 27,, 37 – 42 Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Ave María Purísima, sin pecado concebida. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Amén
Decimosegunda Estación Jesús muere en la Cruz Se oscureció toda la tierra desde la hora sexta hasta la hora nona. Hacia la hora nona Jesús clamó con fuerte voz: <<Elí, Elí, lemá Sabachthaní? Algunos de los allí presentes, al oírlo, decían: <<Éste llama a Elías>>. E, inmediatamente, uno de ellos corrió y, tomando una esponja, la empapó en vinagre, la puso en una caña, y se lo dio a beber. Los demás decían: <<¡Déjalo! Veamos si viene Elías a salvarle>>. Pero Jesús, dando de nuevo una fuerte voz, entregó el espíritu … El centurión y los que estaban con él custodiando a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, se llenaron de un gran temor y dijeron: <<En verdad éste era Hijo de Dios>>. Del Evangelio según San Mateo 27, 45 – 50. 54 Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Ave María Purísima, sin pecado concebida. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Amén
Decimotercera Estación Jesús es bajado de la Cruz y entregado a su Madre El centurión y los que estaban con él custodiando a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, se llenaron de un gran temor y dijeron: <<En verdad este era Hijo de Dios>>. Había allí muchas mujeres mirando desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle. Del Evangelio según San Mateo, 27, 54 – 55 Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Ave María Purísima, sin pecado concebida. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Ámen
Decimocuarta Estación Jesús es depositado en el Sepulcro Y José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo puso en el sepulcro suyo, que era nuevo y había mandado excavar en la roca; e hizo arrimar una gran piedra a la puerta del sepulcro y se marchó. Estaban allí María Magdalena y la otra María sentadas frente al sepulcro. Del Evangelio según San Mateo 27, 59 – 61 Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Ave María Purísima, sin pecado concebida. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Amén
Primera Estación Condenan a muerte a Jesús Han pasado ya las diez de la mañana. El proceso está llegando a su fin. No ha habido pruebas concluyentes. El juez sabe que sus enemigos se lo han entregado por envidia, e intenta un recurso absurdo: la elección entre Barrabás, un malhechor acusado de robo con homicidio, y Jesús que se dice Cristo. El pueblo elige a Barrabás. Pilatos exclama: ¿Qué he de hacer, pues, de Jesús? (Mt XXVII, 22). Contestan todos: ¡Crucifícale! El juez insiste: Pero ¿qué mal ha hecho? Y de nuevo responden a gritos: ¡Crucifícale!, ¡crucifícale! Se asusta Pilatos ante el creciente tumulto. Manda entonces traer agua, y se lava las manos a la vista del pueblo, mientras dice: Inocente soy de la sangre de este justo; vosotros veréis (Mt XXVII, 24) Y después de haber hecho azotar a Jesús, lo entrega para que lo crucifiquen. Se hace el silencio en aquellas gargantas embravecidas y posesas. Como si Dios estuviese ya vencido. Jesús está solo. Quedan lejanos aquellos días en que la palabra del Hombre Dios ponía luz y esperanza en los corazones, aquellas largas procesiones de enfermos que eran curados, los clamores triunfales de Jerusalén cuando llegó el Señor montado en un manso pollino. ¡Si los hombres hubieran querido dar otro curso al amor de Dios! ¡Si tú y yo hubiésemos conocido el día del Señor! Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu Reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas; como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén
Segunda Estación Jesús carga con la Cruz Fuera de la ciudad, al noroeste de Jerusalén, hay un pequeño collado: Gólgota se llama en arameo; locus Calvariae, en latín: lugar de las Calaveras o Calvario. Jesús se entrega inerme a la ejecución de la condena. No se le ha de ahorrar nada, y cae sobre sus hombros el peso de la cruz infamante. Pero la Cruz será, por obra de amor, el trono de su realeza. Las gentes de Jerusalén y los forasteros venidos para la Pascua se agolpaban por las calles de la ciudad, para ver pasar a Jesús Nazareno, el Rey de los judíos. Hay un tumulto de voces; y a intervalos, cortos silencios: tal vez cuando Cristo fija los ojos en alguien: Si alguno quiere venir en pos de mí, … tome su cruz de cada día y sígame (Lc IX, 23) ¡Con qué amor se abraza Jesús al leño que ha de darle muerte! ¿No es verdad que en cuanto dejas de tener miedo a la Cruz, a eso que la gente llama cruz, cuando pones tu voluntad en aceptar la Voluntad divina, eres feliz, y se pasan todas las preocupaciones, los sufrimientos físicos o morales? Es verdaderamente suave y amable la Cruz de Jesús. Ahí no cuentan las penas; solo la alegría de saberse corredentores con El. Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu Reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas; como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén
Tercera Estación Cae Jesús por primera vez La Cruz hiende, destroza con su peso los hombros del Señor. La turbamulta ha ido agigantándose. Los legionarios apenas pueden contener la encrespada, enfurecida muchedumbre que, como rio fuera de cauce, afluye por las callejuelas de Jerusalén. El cuerpo extenuado de Jesús se tambalea ya bajo la Cruz enorme. De su Corazón amorosísimo llega apenas un aliento de vida a sus miembros llagados. A su derecha e izquierda, el Señor ve esa multitud que anda como ovejas sin pastor. Podría llamarlos uno a uno, por sus nombres, por nuestros nombres. Ahí están los que se alimentaron en la multiplicación de los panes y de los peces, los que fueron curados de sus dolencias, los que adoctrinó junto al lago y en la montaña y en los pórticos del Templo. Un dolor agudo penetra en el alma de Jesús, y el Señor se desploma extenuado. Tú y yo no podemos decir nada: ahora ya sabemos por qué pesa tanto la Cruz de Jesús. Y lloramos nuestras miserias y también la ingratitud tremenda del corazón humano. Del fondo del alma nace un acto de contrición verdadera, que nos saca de la postración del pecado. Jesús ha caído para que nosotros nos levantemos una vez para siempre. Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu Reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas; como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén
Cuarta Estación Jesús encuentra a María, su Santísima Madre Apenas se ha levantado Jesús de su primera caída, cuando encuentra a su Madre María Santísima, junto al camino por donde El pasa. Con inmenso amor mira a María a Jesús, y Jesús mira a su Madre; sus ojos se encuentran, y cada corazón vierte en el otro su propio dolor. El alma de María queda anegada en amargura, en la amargura de Jesucristo. ¡Oh vosotros cuantos pasáis por el camino: mirad y ved si hay dolor comparable a mi dolor! Pero nadie se da cuenta, nadie se fija; solo Jesús. Se ha cumplido la profecía de Simeón: una espada traspasará tu alma (Lc II, 35). En la oscura soledad de la Pasión, Nuestra Señora ofrece a su Hijo un bálsamo de ternura, de unión, de fidelidad; un sí a la voluntad divina. De la mano de María, tú y yo queremos también consolar a Jesús, aceptando siempre y en todo la Voluntad de su Padre, de nuestro Padre. Solo así gustaremos de la dulzura de la Cruz de Cristo, y la abrazaremos con la fuerza del Amor, llevándola en triunfo por todos los caminos de la tierra. Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu Reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas; como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén
Quinta Estación Simón ayuda a llevar la Cruz de Jesús Jesús está extenuado. Su paso se hace más y más torpe, y la soldadesca tiene prisa por acabar; de modo que, cuando salen de la ciudad por la puerta judiciaria, requieren a un hombre que venía de una granja, llamado Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, y le fuerzan a que lleve la cruz de Jesús (Mc XV, 21). Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu Reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas; como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén
Sexta Estación Una Piadosa Mujer enjuga el Rostro de Jesús Y es el Hijo de Dios que pasa, loco … ¡loco de Amor! Una mujer, Verónica de nombre, se abre paso ante la muchedumbre, llevado un lienzo blanco plegado, con el que limpia piadosamente el rostro de Jesús. El Señor deja grabada su Santa Faz en las tres partes de ese velo. Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu Reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas; como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén
Séptima Estación Cae Jesús por segunda vez Ya fuera de la muralla, el cuerpo de Jesús vuelve a batirse a causa de la flaqueza, cayendo por segunda vez, entre el griterío de la muchedumbre y los empellones (los empujones) de los soldados. La debilidad del cuerpo y la amargura del alma han hecho que Jesús caiga de nuevo. Todos los pecados de los hombres -los míos también- pesan sobre su Humanidad Santísima. Fue él quien tomó sobre sí nuestras enfermedades y cargó con nuestros dolores, y nosotros le tuvimos por castigado, herido de Dios y humillado. Fue traspasado por nuestras iniquidades y molido por nuestros pecados. El castigo de nuestra salvación pesó sobre él y en sus llagas hemos sido curados (Is LIII, 4 – 5) Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu Reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas; como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén
Octava Estación Jesús consuela a las hijas de Jerusalén Entre las gentes que contemplan el paso del Señor, hay unas cuantas mujeres que no pueden contener su compasión y prorrumpen en lágrimas, recordando acaso aquellas jornadas gloriosas de Jesucristo, cuando todos exclamaban maravillados: Bene omnia fecit (Mc VII, 37) Todo lo ha hecho bien. Pero el Señor quiere enderezar ese llanto hacia un motivo más sobrenatural, y las invita a llorar por los pecados, que son la causa de la pasión y que atraerán el rigor de la justicia divina: Hijas de Jerusalén, llorad por vosotras y por vuestros hijos … Pues si al árbol verde le tratan de esta manera, ¿en el seco que se hará? (Lc XXIII, 28, 31) Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu Reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas; como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén