Para meditar

Tema en 'Hoja informativa' comenzado por SoberanoPoderRomano, 15 de Octubre de 2008.

  1. SoberanoPoderRomano

    SoberanoPoderRomano Forero jartible

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    1 de Marzo de 2007
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    Continuamos aquí con las reflexiones que nos deja rosasylirios
     
  2. rosasylirios

    rosasylirios Guest

    ¿SE PUEDE PROGRAMAR LA SANTIDAD?

    ¿Se puede programar la santidad?

    Fuente: Catholic.net
    Autor: P. Fernando Pascual



    Esta vez los jóvenes no estaban de acuerdo. El catequista les había pedido que preparasen un programa especial: hacer de este año un año de trabajo en la santidad. Y claro, más de uno dijo que eso era imposible: la santidad no se puede programar como se programan unas vacaciones o un torneo de fútbol...

    “¿Se puede programar la santidad?” La pregunta está entre comillas porque se encuentra, ni más ni menos, que en un texto del Papa. Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte, nos explica en dos números (nn. 30-31) cómo entender que la santidad es el camino de la Iglesia, es la meta que debemos perseguir en este tercer milenio cristiano, es algo que incluso se podría “programar”.

    En estos números el Papa recuerda lo que ha sido el jubileo del año 2000: una llamada a la conversión, a la purificación. ¿No es eso parte del camino de la santidad? ¿No nos habíamos esforzado por vivir el jubileo para entrar mejor preparados al nuevo milenio? Luego el Papa recuerda lo que enseña el Concilio Vaticano II: todos los bautizados estamos llamados a la santidad, sin distinciones, porque todos estamos unidos por el bautismo al Dios que es Santo (cf. Lumen gentium, capítulo V).

    En este momento, Juan Pablo II nos pide a todos que incluyamos, en la programación pastoral, el tema de la santidad. Y nace, espontánea, la pregunta: “¿Acaso se puede «programar» la santidad?”.

    El Papa explica en qué puede consistir esta “programación”. Primero recuerda que con el bautismo se ha producido en cada uno de nosotros un cambio radical: nos hemos unido a Cristo, nos hemos convertido en templos del Espíritu Santo. Pero este cambio real no toca automáticamente nuestro modo de pensar y de vivir. Nuestra psicología, nuestra personalidad, nuestros actos, dependen de nuestras opciones concretas, de nuestros pensamientos, de nuestra vida. Por eso cada uno debe poner a trabajar los talentos recibidos. En este sentido, sí hay mucho que “programar”.

    La pregunta “¿quieres recibir el bautismo?” se convierte, según el Papa, en esta otra: “¿quieres ser santo?”. Cada bautizado asume como programa personal el mismo programa que Cristo nos ha dejado en el Sermón de la montaña, en el cual la invitación resulta clara: “Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (Mt 5,48). Eso, y no otra cosa, es la santidad. Así de claro y así de valiente.

    De nuevo, nuestros jóvenes pueden preguntarnos: ¿no es esto demasiado difícil? Ser perfectos como Dios... Casi parece que es más fácil hacer bajar la luna a la tierra...

    Leamos de nuevo el documento del Papa. La santidad no consiste en algo extraordinario, la conquista de un estilo de vida “practicable sólo por algunos «genios» de la santidad. Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno” (Novo millennio ineunte, n. 31).

    En otras palabras, el santo no es un señor o una señora, un chico o una chica, un cura o una religiosa, que están ahí, en lo alto de una estatua más o menos simpática en un rincón de un templo (si todavía quedan imágenes de santos en los templos). El santo es un ser humano normal, como sus sueños y sus fracasos, con sus ideales y sus realizaciones, con su pecado y con mucha, mucha misericordia de Dios, una misericordia acogida, celebrada, vivida con alegría y gratitud.

    Alguno ha dicho que Juan Pablo II ha hecho demasiadas canonizaciones y beatificaciones. Tendríamos que decir, más bien, que ha hecho pocas, si vemos esa multitud inmensa de hombres y mujeres de todos los lugares y tiempos, de todas las clases sociales, de todos los niveles académicos y profesionales, que han tomado en serio el Evangelio y un día se decidieron, de verdad, a buscar la perfección, la santidad, la vida de total amor.

    Hemos de convencernos y convencer a nuestros jóvenes (y también a aquellos adultos que han dejado la santidad como el último asunto de la propia programación personal) que hay muchos caminos para la santidad. O, mejor, y volvemos al texto del Papa, que el camino de la santidad para cada uno es sumamente personal. Por ello hemos de aprender esa “pedagogía de la santidad” que permite adaptar la marcha hacia la meta según los ritmos personales de cada uno, según lo que Dios le va pidiendo a gritos o con un susurro suave y respetuoso: también cuando grita, Dios respeta la libertad de cada uno. Sólo podremos escucharle si tenemos un corazón atento y generoso.

    El catequista y sus jóvenes se han retirado. Cada uno tiene un “programa” muy apretado: el trabajo o los estudios, el novio o la novia, la familia, el deporte o el voluntariado. Todos, cada quien en su lugar, cada quien según un ritmo, estamos invitados a ser santos. “Sed perfectos...” Sí, es posible, porque la perfección empieza cuando el Amor toca una vida y cuando, con amor, respondemos a quien antes nos ha tendido una mano, nos ha perdonado y elevado a una nueva vida: somos hijos en el Hijo, somos cristianos en una Iglesia santa en la que vive y trabaja el Espíritu santificador...
     
  3. rosasylirios

    rosasylirios Guest

    EL PASTOR DEBE SABER GUARDAR SILENCIO CON DISCRECIÓN...

    El pastor debe saber guardar silencio con discreción y hablar cuando es útil
    San Gregorio Magno
    Regla Pastoral 2,4

    El pastor debe saber guardar silencio con discreción y hablar cuando es útil, de tal modo que nunca diga lo que se debe callar ni deje de decir aquello que hay que manifestar. Porque, así como el hablar indiscreto lleva al error, así el silencio imprudente deja en su error a quienes pudieran haber sido adoctrinados. Porque, con frecuencia, acontece que hay algunos prelados poco prudentes, que no se atreven a hablar con libertad por miedo de perder la estima de sus súbditos; con ello, como lo dice la Verdad, no cuidan a su grey con el interés de un verdadero pastor, sino a la manera de un mercenario, pues callar y disimular los defectos es lo mismo que huir cuando se acerca el lobo.

    Por eso, el Señor reprende a estos prelados, llamándoles, por boca del profeta: Perros mudos, incapaces de ladrar. Y también dice de ellos en otro lugar: No acudieron a la brecha ni levantaron cerco en torno a la casa de Israel, para que resistiera en la batalla, el día del Señor. Acudir a la brecha significa aquí oponerse a los grandes de este mundo, hablando con entera libertad para defender a la grey; y resistir en la batalla el día del Señor es lo mismo que luchar por amor a la justicia contra los malos que acechan.

    ¿Y qué otra cosa significa no atreverse el pastor a predicar la verdad, sino huir, volviendo la espalda, cuando se presenta el enemigo? Porque si el pastor sale en defensa de la grey es como si en realidad levantara cerco en torno a la casa de Israel. Por eso, en otro lugar, se dice al pueblo delincuente: Tus profetas te ofrecían visiones falsas y engañosas, y no te denunciaban tus culpas para cambiar tu suerte. Pues hay que tener presente que en la Escritura se da algunas veces el nombre de profeta a aquellos que, al recordar al pueblo cuán caducas son las cosas presentes, le anuncian ya las realidades futuras. Aquellos, en cambio, a quienes la palabra de Dios acusa de predicar cosas falsas y engañosas son los que, temiendo denunciar los pecados, halagan a los culpables con falsas seguridades y, en lugar de manifestarles sus culpas, enmudecen ante ellos.

    Porque la reprensión es la llave con que se abren semejantes postemas: ella hace que se descubran muchas culpas que desconocen a veces incluso los mismos que las cometieron. Por eso, san Pablo dice que el obispo debe ser capaz de predicar una enseñanza sana y de rebatir a los adversarios. Y, de manera semejante, afirma Malaquías: Labios sacerdotales han de guardar el saber, y en su boca se busca la doctrina, porque es mensajero del Señor de los ejércitos. Y también dice el Señor por boca de Isaías: Grita a plena voz, sin cesar, alza la voz como una trompeta.

    Quien quiera, pues, que se llega al sacerdocio recibe el oficio de pregonero, para ir dando voces antes de la venida del riguroso juez que ya se acerca. Pero, si el sacerdote no predica, ¿por ventura no será semejante a un pregonero mudo? Por esta razón, el Espíritu Santo quiso asentarse, ya desde el principio, en forma de lenguas sobre los pastores; así daba a entender que de inmediato hacía predicadores de sí mismo a aquellos sobre los cuales había descendido.



    Synodia
     
  4. rosasylirios

    rosasylirios Guest

    EL AMOR SANA

    EJERCICIOS SOBRE EL PERDÓN: EL AMOR SANA (Mc 1,40-42)


    No digo que iniciemos, sino que continuemos, pues toda nuestra reflexión sobre el perdón nos ha llevado siempre hasta el amor, como la gran columna vertebral del perdón. En efecto la falta de perdón habla de una incapacidad de amar a quien no queremos perdonar. Les invito a que ofrezcamos a Jesús que sea dueño de nuestro interior y que haga un trasplante, o lo que El crea mejor, de nuestro corazón de piedra y lo cambie por un corazón de carne, que ame a todos los hermanos. Invitémosle a que visite todos los lugares de nuestra vida en donde hemos sido heridos. En efecto, a la base toda herida afectiva hay un problema de perdón. Y si este perdón o se da, e imposible encontrar la paz consigo mismo, con el prójimo y con Dios.

    Amor de Jesús: Nos cuenta Marcos que “se le acercó a Jesús un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dijo: ‘si quieres, puedes limpiarme.’ Compadecido de él, Jesús extendió su mano y le dijo: ‘quiero, queda limpio’. Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio” (Mc 1,40-42). El evangelista nos dice que Jesús “se compadeció”. Compadecer es padecer con, es decir, sufrir con el otro llevado del amor a esa persona. En presencia del dolor y de la desgracia, Jesús siente compasión, amor y por eso sana; por eso realiza sus milagros. Toda curación proclama, más que el poder de Jesús, su amor. Y a Él se le conquista, también por el amor.

    Nosotros asociamos los milagros de Jesús más con su poder que con su amor. Pero me parece que este es un mecanismo de defensa. Pues de otro modo, la ausencia de curaciones por nuestra parte la atribuimos más a nuestra falta de poder que a nuestra falta de amor. El Señor curaba porque sentí compasión por los enfermos.

    Cuando un niño pequeño se cae y se hace daño en la mano, por ejemplo, su mamá lo levanta y lo abraza, mientras besa y acaricia amorosamente la mano de su hijo. El niño se levanta, se calma y el dolor desaparece. Esta es la forma como el Señor nos sana, acariciando y besando nuestro corazón, nuestras heridas, por las cuales somos incapaces de perdonar. Por eso las personas serán capaces de perdonar, si experimentan el amor del Señor y lo transmiten a quienes antes odiaban. No son necesarias ningunas técnicas psicológicas, sí necesita algo del amor y compasión de Jesús para con aquellas personas que han sido sacadas fuera del círculo del amor. Necesitamos expresa el amor del Señor con nuestra actitud, nuestros gestos, el tono de la voz y nuestras palabras.

    Lo que realmente hiere a la persona y genera toda clase de enfermedades psicosomáticas es el desamor, el rechazo, el desprecio. Y lo que regenera, sana y libera es el amor, que otorgamos con el perdón. Cuando perdono a un apersona, la acepto como es y la miro con amor, ya la estoy cambiando y, sobre todo, estoy cambiando yo.

    Amor de la persona: Veamos el siguiente testimonio, que nos haba de la capacidad de transformación que tiene el amor: “Estoy cuidando a una señora de 86 años. Hace cuatro meses había sido desahuciada por los médicos. Estos la habían enviado para su casa a terminar allí lo que le quedaba de vida. Su médico me propuso si quería hacerme cargo de ella, y yo acepté. Cuando fui por primera vez a su casa, no pude evitar llorar al verla en el estado en que la vi. ¡Cuánto pedí a Jesús por ella! Estuve de acuerdo que la señora necesitaba grandes dosis de amor y de mimos. La pobre mujer estaba como una niña apenas hablaba, no comía, no podía hacer nada. No podía mover nada de su cuerpo. Pero, poco a poco aquello fue cambiando, llegando a caminar con ayuda y a veces por sí misma. Hoy la señora canta, me cuenta infinidad de cosas, y hablamos mucho de Jesús. Ha llegado a hacer oración por mí cuando yo no me encontraba del todo bien. El médico, que decía que esa señora nunca se podría tener en pie, reconoció que eso es obra de Dios. El la está sanando a base de amor. Yo le bailo, le canto, la mimo mucho; y ella responde con gran amor. E amor que ha recibido a raudales le hacho olvidar el desamor que la estaba matando. No dejo de alabar y dar gracias a Jesús por esa mujer que Él está curando. Yo misma he llegado a ver Jesús en ella”.

    Para lograr la curación de una persona por perdón, es necesario un movimiento hacia el corazón de Dios, para adentrase en el Océano insondable de su amor.

    Amor potenciado: María Santísima es Madre de Misericordia, salud de los enfermos, consuelo de los afligidos. Está siempre junto a Jesús para interceder por nosotros y transmitirnos lo que recibe de El. Cuando una madre compasiva y afligida se dirige a María, y la oración de las dos llega hasta Jesús, no hay nada que Él les pueda negar. Una madre es incapaz de odiar a sus hijos. Está llena de amor y, por eso, llega hasta el corazón de sus hijos. (invité a orar a los que amaban al esposo de Merche…).

    El perdón y los sentimientos: Es esencial comprender lo siguiente. Cuando alguien siente que es incapaz de perdonar es porque quiere hacerlo desde sus sentimientos, desde sí mismo. Con sus solas fuerzas nunca lo podrá. Sólo logrará enfermarse más de odio o indiferencia. Es con Cristo como debemos entrar en actitud de perdón. La única manera de perdonar es con el amor de Jesús, que se logra en la oración. El perdón no se sitúa al nivel de los sentimientos, depende de la voluntad. Por eso, con mis encuentros con Jesús puedo lograr tomar la decisión de perdonar y pedir a Jesús que venga a penetrar y a fortalecer con su presencia mi voluntad, las decisiones que yo tenga que tomar. Y es que el perdón es fruto de la gracia del Señor, de su amor en mí, no de mis sentimientos.

    Un testimonio: “Recuerdo bien el tiempo en que mi noviazgo se rompió. Me decía que debía perdonar a mi novio. Me ponía de rodillas, exclamando que lo perdonaba por esto, por aquello. Pero yo no había descubierto aún la gracia del perdón. Fue entonces cuando ví mi propia actitud frente a mi novio. Vi el otro lado del problema.

    En un retiro de sanación, alguien me preguntó porqué no me había casado. Contesté que me encontraba bien así. Más 15 personas me hicieron la misma pregunta. Comprendí, entonces, que yo me negaba a casarme a causa de la infidelidad que había visto en mi padre para con mi madre, a quien había hecho sufrir mucho. Por esa infidelidad, yo había sufrido desde mi niñez e inconscientemente había hecho el propósito de no casarme.

    Perdoné a mi padre en el retiro. Pero cuando regresé a casa y lo ví, sentí ganas de cortarlo en pedacitos. Comprendí las palabras de Jesús de la necesidad de perdonar “no siete, sino setenta veces siete” (Mt 18,22). Me puse a orar y orar todos los días durante diez minutos pidiendo a Dios la gracia de perdona todo lo que me había hecho padecer, hasta que recibí la gracia de perdonarlo. A medida que oraba el Señor me mostraba los buenos recuerdos que guardaba de él. Después de unos 8 meses recibí la gracia en mi corazón. Necesito, por tanto, orar todos los días hasta que se me otorgue dicha gracia.

    Por eso día tras día le pido: “Señor Jesús, dame la gracia de perdonar a mi padre todas sus aventuras, todas sus infidelidades, todo lo que hemos sufrido por su causa”. A medida que yo oraba por perdón, mis sentimientos fueron cambiando frente a él. La oración modificaba mis sentimientos y emociones. Me fui tornando apacible y mi relación con fue mejorando hasta que llegó a ser maravillosa. Fui constatando el trabajo hecho por el Señor no solo en mi propio corazón sino en el de mi padre.

    Necesitamos hacer una oración fiel y perseverante para pedir la gracia del perdón. Pues no basta con perdonar una vez por todas. Solo una oración diaria hecha por días, meses e incluso años, nos podrá obtener la gracia del perdón.
     
  5. rosasylirios

    rosasylirios Guest

    HAMBRE Y FELICIDAD

    Hambre y felicidad

    Fuente: Catholic.net
    Autor: Pedro García, Misionero Claretiano




    Sería muy interesante examinar a la luz de la psicología moderna algunas expresiones de los salmos de la Biblia. Por ejemplo, éstas:

    ¡Oh Dios, mi alma está sedienta de ti! Mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, árida, sin agua...

    Como brama el ciervo sediento por la fuente de agua, así, Dios mío, clama por ti el alma mía. Porque mi alma está sedienta del Dios fuerte y vivo. ¿Cuándo llegará el día en que me presente ante la cara del Dios vivo?...

    Mi alma suspira y sufre ansiando estar en los atrios del Señor...


    Y podríamos citar muchos más.

    Esto, para preguntarnos: ¿Es posible tener hambre y sed y sentirse feliz? Porque estos mismos salmistas que así se sienten llenos de hambre y de sed, exclaman felices, como uno de ellos:

    Se inundan de gozo mi alma y mi cuerpo contemplando al Dios vivo. Porque vale más un día sólo en los atrios de tu templo que mil días fuera de tu casa, mi Dios...

    ¿Es posible esto? Sí; porque al mismo tiempo que se tiene hambre y sed, se tiene qué comer y qué beber. La tragedia sería tener hambre y sed, y no tener nada que llevarse al paladar. Y al revés, tener delante un banquete espléndido y sentirse inapetente total, sin ganas de nada.

    A un multimillonario le hicieron esta pregunta: "Usted es feliz del todo, ¿no es así? Porque lo tiene todo". La respuesta no puso ser más triste: "Están ustedes equivocados. Me falta una cosa que me tiene fastidiado: ¡no tengo HAMBRE!"

    Y otro caso paralelo. El gran industrial alemán, fundador de la fábrica de cañones que hicieron retemblar a Europa en dos guerras mundiales, vivió sus últimos años con una dolencia estomacal incurable. Al ver merendar a un obrero, que comía feliz a dos carrillos, dijo con no disimulada envidia: Daría medio millón para comer un bocadillo con apetito semejante.

    Esto es una realidad muy cierta. El hambriento es mucho más feliz con un trozo de pan y un plato de arroz seco devorado con avidez, aunque dentro de un rato vuelva a tener el hambre de siempre, que el sentado ante la mesa espléndida de un banquete de gala, pero con falta total de apetito.

    Por eso, nos preguntamos: ¿Estamos satisfechos de la vida?...

    Algunos, sí; la mayoría, no. Porque nos faltan muchas cosas, y quisiéramos tenerlo todo. Sólo cuando tuviéramos ese todo soñado, sólo entonces así lo pensamos seríamos felices de verdad. Pero, al pensar así, también nos engañamos todos, los que lo tienen todo y los que piensan tenerlo algún día. Porque esa hambre de felicidad es precisamente una señal inequívoca de que aquí no seremos nunca felices del todo.

    Dios ha metido esa hambre en nuestro ser para hacernos entender que tenemos un destino eterno, y que sólo un ser eterno e infinito podrá dejarnos enteramente satisfechos. Es la bienaventuranza que proclama Jesús: ¡Dichosos los pobres, dichosos los que tenéis hambre, porque un día quedaréis hartos y serán colmados todos vuestros deseos!

    Aquel pastor protestante se convirtió al catolicismo y armó una tremenda revolución entre los suyos. Al enterarse su padre, le mandó una respuesta terrible: con una carta le maldecía y le desheredaba de todo bien familiar. Preguntado si en esta situación era feliz o no, respondió: "¡Oh, si pudiese dar a mi padre una parte de mi dicha y de mi paz!"

    Ninguna cosa y ningún bien terreno le importaban ya nada, ahora que se sentía lleno de Dios. Esta ansia de Dios la sentimos todos en particular y la siente el mundo entero. Ninguna cosa de aquí nos llena plenamente por más que se disfrute. El apóstol San Pablo nos describe cómo estamos con todas las criaturas suspirando de lo íntimo del corazón, anhelando la liberación de nuestro cuerpo, para vernos metidos definitivamente el Dios...

    No sabemos si la psicología se explica el misterio. Pero lo vivimos todos muy bien: tenemos hambre y sed de Dios, y estamos felices, aunque poseamos a Dios sólo en las sombras de la fe. El creyente es una persona feliz de verdad. Se siente metido en Dios y pendiente de su providencia amorosa. Se pone a orar, y está convencido de que habla con Dios, al que trata con intimidad. Y cuanto más trata con Dios, más ansias siente de Dios.

    Además, está seguro de que este mismo trato que ahora tiene con Dios, por intenso y dichoso que sea, es sólo un anticipo de lo que le espera después. El convencimiento de la vida eterna que ya se acerca es el colmo de todas sus ilusiones y de sus esperanzas, que no van a quedar fallidas.

    Poseer el mundo entero, sin tener a Dios, es la mayor desgracia y la pobreza suma. Tener a Dios, aunque nos falte todo, es la mayor suerte y la riqueza colmada. Es lo que nos dijo, con versos mil veces repetidos, nuestra incomparable Teresa de Jesús: Quien a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta...
     
  6. rosasylirios

    rosasylirios Guest

    PARÁBOLA DE LOS VIÑADORES INFIELES

    Parábola de los viñadores infieles

    Fuente: Catholic.net
    Autor: P. Clemente González


    Mateo, 21, 33-43

    En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud de los judíos y a los sumos sacerdotes esta parábola: Era un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar y edificó una torre; la arrendó a unos labradores y se ausentó. Cuando llegó el tiempo de los frutos, envió sus siervos a los labradores para recibir sus frutos. Pero los labradores agarraron a los siervos, y a uno le golpearon, a otro le mataron, a otro le apedrearon. De nuevo envió otros siervos en mayor número que los primeros; pero los trataron de la misma manera. Finalmente les envió a su hijo, diciendo: "A mi hijo le respetarán." Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron entre sí: "Este es el heredero. Vamos, matémosle y quedémonos con su herencia." Y agarrándole, le echaron fuera de la viña y le mataron. Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?
    Le dicen: A esos miserables les dará una muerte miserable arrendará la viña a otros labradores, que le paguen los frutos a su tiempo. Y Jesús les dice: ¿No habéis leído nunca en las Escrituras: La piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido; fue el Señor quien hizo esto y es maravilloso a nuestros ojos? Por eso os digo: Se os quitará el Reino de Dios para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos. Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír sus parábolas, comprendieron que estaba refiriéndose a ellos. Y trataban de detenerle, pero tuvieron miedo a la gente porque le tenían por profeta.



    Reflexión:


    La parábola de hoy nos deja atónitos. El dueño del campo plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar, edificó una torre y por último la arrendó a unos viñadores para que la trabajasen. Es aquí donde empieza lo inaudito porque uno a uno los viñadores mataron a los servidores que envió el propietario.

    El propietario podía haber enviado la guardia de la ciudad, sin embargo después de mandar a varios de sus siervos envía a su hijo único. ¿Dónde está la prudencia de esta actitud? ¿Dónde está escrito que en caso de que el heredero fuese asesinado el asesino heredaría los bienes del propietario?

    Cualquier persona con un poco de justicia diría que Jesús tomó una actitud un poco insensata. Sin embargo, Cristo estaba contando su propia historia a los fariseos. ¿Por qué justamente a los fariseos? Porque quería salvarlos, porque ninguno puede burlarse de Dios cuya bondad y justicia son infinitas.

    Sin embargo, esa viña también podemos ser tú y yo: tantos dones que hemos recibido de parte de Dios con tanto amor y delicadeza, y que, tal vez, no hemos respondido siempre a esos cuidados del Viñador celestial. Es más, quizá no le hayamos dado frutos buenos, sino sólo uvas amargas y podridas. Cristo está esperando que también nosotros “le demos los frutos a su tiempo”. ¿Qué frutos has dado a Dios hasta el día de hoy en tu vida? ¿Eres tú uno de esos viñadores homicidas que rechazan a Cristo con su rebeldía, incredulidad o indiferencia? Ojalá que no.


    Cristo es la piedra angular de la historia. Y el reino de los cielos que Cristo ha conquistado con su muerte por amor a nosotros se entregará sólo a esos que han sabido dar en el momento oportuno los frutos de la viña al propietario. Cristo por tanto debe ser la piedra angular de nuestra vida. No podemos permanecer indiferentes ante las exigencias de esta parábola: o entregamos los frutos al propietario de la viña cuando él nos los pida o no se nos entregará nada a cambio. No existe una tercera posibilidad. ¿Estaríamos preparados si Cristo nos pidiera cuentas en este momento?
     
  7. rosasylirios

    rosasylirios Guest

    ALMAS SIN CADENAS

    Almas sin cadenas

    Fuente: Catholic.net
    Autor: P. Fernando Pascual


    Podemos quedar encadenados por cosas grandes o por cosas pequeñas.

    A veces somos prisioneros de ambiciones profundas o de angustias prolongadas: ascender en el trabajo, conseguir una casa fuera de la ciudad, encontrar un buen médico para un cáncer doloroso, superar los problemas familiares.

    Otras veces el alma queda atrapada en cosas muy pequeñas: un crucigrama, un juego electrónico, un programa de computadora, el sello que falta para completar la colección...

    Las almas humanas pueden vivir entre cadenas, emborrachadas, no sólo por culpa de sustancias químicas, de alcohol, de droga, de tabaco. Los problemas y las inquietudes del corazón también nos atan internamente, con angustias intensas, con fobias o a euforias, que distorsionan la realidad, que nos llevan a ver cosas banales como si resultaran imprescindibles, a valorar objetos inofensivos como si fueran temibles, o a tratar asuntos triviales como si de ellos dependiera nuestra existencia temporal y eterna.

    El alma necesita descubrir una escala de valores que ayude a reconocer el sentido auténtico de la propia vida, que nos permita colocar las cosas en su sitio, que rompa cadenas asfixiantes.

    En esa escala lo secundario será simplemente eso, secundario, y no provocará borracheras absurdas que han generado, en los jefes de estado, guerras absurdas, y en los hombres sencillos fracasos en el trabajo o la familia.

    A la vez, esa escala dará a lo primario, a lo esencial, a lo que vale siempre y en todo lugar, su lugar de guía en todos nuestros deseos y opciones.

    ¿Dónde radica lo esencial? ¿Cuáles son las ideas primarias de la vida humana? Están en la fe católica, que nos muestra el verdadero rostro de Dios, que desvela el sentido de lo temporal y de lo eterno, que genera corazones dispuestos al amor, que lleva a trabajar por la justicia y la paz, que une a las familias, que fomenta la honradez en el trabajo.

    Está en ese Evangelio vivo que nos enseñó Jesús el Nazareno, que alimenta la historia de la Iglesia hasta nuestros días, que permite vivir en el mundo del amor sincero.

    Podemos romper cadenas del alma con una acción decisiva y eficaz, con la gracia que viene desde el cielo. Necesitamos escuchar en toda su belleza las palabras de quien nos enseñó que no vale la pena preocuparse tanto por el vestido y por el alimento y tan poco por el Reino, la Justicia, el Amor.

    Sólo almas sin cadenas podrán respirar aires limpios. Sentirán, en su propia libertad interior, que Dios y los hombres merecen todo nuestro esfuerzo mientras seguimos en camino en esta Tierra fugaz que nos lleva hacia el cielo eterno.
     
  8. rosasylirios

    rosasylirios Guest

    SE ALEGRA MI ESPÍRITU EN EL SEÑOR

    Se alegra mi espíritu en el Señor
    De una carta de san Bruno, presbítero, a sus hijos cartujos

    Habiéndome enterado, por la detallada y agradable relación de nuestro venerable hermano Landovino, del inflexible rigor con que observáis, de un modo tan sabio y digno de alabanza, vuestra Regla, y habiendo sabido de vuestro santo amor y vuestro constante interés por todo lo que se refiere a la integridad y la honestidad, se alegra mi espíritu en el Señor. En verdad, me alegro y prorrumpo en alabanzas y acciones de gracias al Señor y, sin embargo, suspiro amargamente. Me alegro, ciertamente, como es de justicia, por el incremento de los frutos de estas virtudes, pero me duelo y me avergüenzo de verme yo postrado, por mi indolencia y apatía, en la sordidez mis pecados.

    Alegraos, pues, hermanos míos muy amados, por vuestro feliz destino y por la liberalidad de la gracia divina para con vosotros. Alegraos, porque habéis escapado de los múltiples peligros y naufragios de este mundo tan agitado. Alegraos, porque habéis llegado a este puerto escondido, lugar de seguridad y de calma, al cual son muchos los que desean venir, muchos los que incluso llegan a intentarlo, pero sin llegar a él. Muchos también, después de haberlo conseguido, han sido excluidos de él, porque a ninguno de ellos le había sido concedida esta gracia desde lo alto.

    Por lo tanto, hermanos míos, tened por bien cierto que todo aquel que ha llegado a disfrutar de este bien deseable, si llega a perderlo, se arrepentirá hasta el fin, si es que tiene un mínimo de interés y solicitud por la salvación de su alma.

    Con respecto a vosotros, mis amadísimos hermanos legos, yo os digo: Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque veo la magnificencia de su misericordia sobre vosotros, por lo que me ha contado vuestro prior y padre amantísimo, el cual está muy satisfecho y contento de vuestro proceder. Alegrémonos también nosotros porque, sin haberos dedicado al estudio, el Dios poderoso graba en vuestros corazones no sólo el amor, sino también el conocimiento de su santa ley. En efecto, vuestra conducta es una prueba de vuestro amor, como también de vuestra sabiduría. Porque vuestro interés y cautela en practicar la verdadera obediencia pone de manifiesto que sabéis captar el fruto dulcísimo y vital de la sagrada Escritura.



    Synodia
     
  9. rosasylirios

    rosasylirios Guest

    EL BAUTISMO. PABLO, EL GRAN DOCTOR

    El Bautismo. Pablo, el gran doctor

    Fuente: Catholic.net
    Autor: Pedro García Misionero Claretiano



    Nos entusiasma cantar esa letra inigualable de Pablo en la carta a los de Éfeso:

    “¡Un solo Señor, una sola Fe, un solo Bautismo, un solo Dios y Padre!” (Ef 4,5)

    Todo muy bien. Pero viene el preguntarse: ¿Por qué en medio de todo está esa palabra “Bautismo”, como algo muy importante entre el Señor, la Fe, el mismo Dios?...

    San Pablo sabía bien lo que se decía. La Fe desembocaba en el Bautismo. El Bautismo ligaba indisolublemente al Señor Jesucristo. Y Jesucristo entregaba consagrados a Dios su Padre y Padre de todos, a los consagrados, que juntos formaban un solo cuerpo, el Cuerpo Místico de Jesucristo en una sola Iglesia.

    En el Evangelio, Juan, el profeta del Jordán, preanunció el Bautismo de Jesús, bautismo no de agua, sino de Espíritu Santo y fuego (Lc 3,16)

    Jesús lo proclamó solemnemente antes de subirse al Cielo: “Vayan, y bauticen a todos en el nombre del Padre, y del Hijo,. Y del Espíritu Santo” (Mt 28,19)

    En el día de Pentecostés, Pedro gritó a la muchedumbre que le escucha compungida y atónita: ¿Quieren salvarse?... “¡Bautícense en el nombre de Jesucristo!” (Hch 2,38)

    Para los Apóstoles, el Bautismo era el don supremo que hacían a los que abrazaban la fe; les comunicaban el Espíritu Santo, y los admitían a la Fracción del Pan, la comunión del Cuerpo del Señor.

    Pero fue Pablo quien nos dejó en sus cartas la teología más rica de ese don de Dios que nosotros recibimos casi nada más nacidos, al abrirse nuestros ojos a la luz.
    Por el Bautismo empezamos a ser hijos de Dios apenas habíamos empezado a ser unos hombres o mujeres en miniatura.
    ¡Qué regalo del Cielo, recibido en el seno de las familias cristianas!...

    Para entender lo que es el Bautismo en la mente de Pablo hay que remontarse al paraíso. Todos estamos comprendidos dentro de la Humanidad pecadora, sin excepción alguna, exceptuada María, redimida en el primer instante de su ser por privilegio especial de Dios. Los demás, pecadores todos.

    Además, los adultos convertidos se presentaban ante la piscina, la fuente o la pila bautismal, cargados con toda suerte de inmundicia. ¿Y cómo salían del agua, una vez pronunciada la palabra bendita: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo?...

    Pablo les responde a aquellos nuevos cristianos, salidos del paganismo:
    “Ustedes fueron lavados, fueron santificados, fueron justificados” (1Co 6,11)

    Quedaba fuera la inmundicia del pecado…
    Venía una santidad inmaculada, de belleza sin igual… Se establecía una paz con Dios cumplida, total.

    Todo es fruto de la Sangre de Jesús, detergente divino que limpia cualquier mancha, nos merece el don santificador del Espíritu, y es precio pagado para nuestra pacificación perpetua con Dios.

    Del Bautismo arranca nuestra máxima dignidad, pues el Bautismo es el que nos da derecho a llamarnos y ser cristianos.

    Va de anécdota curiosa, de nuestros mismos días:
    El Papa Pío XI recibió la tarjeta navideña de un niño alemán, con esta felicitación:
    “Santo Padre, te deseo que seas un buen cristiano”.
    El Papa se emocionó, y le enseñaba la tarjera al Arzobispo y Cardenal de Berlín:
    - ¿Se da cuenta? Este niño me señala mi mayor dignidad y quiere para mí lo mejor: ser un cristiano cabal.

    Volvemos a San Pablo, que nos dice cuál es el término feliz a que nos lleva el Bautismo:

    “Dios nos salvó por el bautismo, el baño de regeneración y de renovación por el Espíritu Santo, que derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, seamos en esperanza constituidos herederos de la vida eterna” (Tt 3,5-7)

    ¡La vida eterna! Ese Cielo en que soñamos tanto. Ese Cielo, herencia dichosa de los que por el Bautismo llegaron a ser hijos de Dios

    Al Cielo, la Tierra prometida, no se va aisladamente, sino formando pueblo, el nuevo Israel de Dios, en el cual se entra precisamente por el Bautismo.

    Apenas recibimos el Bautismo, que nos mete en el Cuerpo de Cristo y nos llena del Espíritu Santo, formamos ese Pueblo de Dios, como nos dice San Pablo:

    “Entre los que se han bautizado ya no hay ni hombre ni mujer…, ni judíos ni griegos, ni esclavos ni libres…, ya que todos son uno en Cristo Jesús” (1Co 12,13; Gal 3,27-28)

    Por estas palabras de Pablo, ¿nos damos cuenta de lo que puede ser y es la Iglesia de Cristo para el mundo?... La ansiada unidad, la paz y la fraternidad de todas las gentes, tienen en Cristo el ideal y la fuerza unitiva más fuerte que puede darse en la tierra.

    Cuando Pablo mira el rito del Bautismo, y ve a la persona que se hunde en el agua y sale de ella, simulando un meterse en el sepulcro y un escaparse de él con vida, le viene a su mente la idea más feliz:

    - ¿Se dan cuenta? Con Cristo fuimos sepultados con Él en su muerte; pero así como Cristo se escapó de su sepulcro lleno de vida, así nosotros hemos resucitado a una vida nueva. Murió el viejo Adán pecador, y vivimos en Cristo y como Cristo una vida nueva. (Ro 6,3-4; Col 2,12)

    ¿Cuál es esta vida nueva con Jesús Resucitado, según San Pablo?

    Lo dice con palabras bellísimas:

    “Si han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Aspiren a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque han muerto, y su vida está escondida en Dios. Y cuando aparezca Cristo, su vida, también ustedes aparecerán gloriosos con él” (Col 3,1-4)

    Pocas canciones gastan nuestros labios como esa tan bella y tan profunda que nos ha dictado San Pablo:

    “¡Un Solo Señor, una sola Fe, un solo Bautismo, un solo Dios y Padre!”.


    “Bautizados”

    Es una etiqueta impresa en nuestra frente y con la cual se nos franquean todas las puertas.

    En la tierra, la puerta de la Iglesia con sus Sacramentos y la Comunión de los santos.

    En la frontera última, la puerta del Cielo que se nos abrirá de par en par…
     
  10. rosasylirios

    rosasylirios Guest

    EL BUEN SAMARITANO

    El buen samaritano

    Fuente: Catholic.net
    Autor: P Juan Pablo Menéndez


    Lucas 10, 25-37


    Se levantó un legista, y dijo para ponerle a prueba: «Maestro, ¿que he de hacer para tener en herencia vida eterna?» El le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?» Respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo». Díjole entonces: «Bien has respondido. Haz eso y vivirás». Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «Y ¿quién es mi prójimo?» Jesús respondió: «Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; y, cercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: "Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva." ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?» El dijo: «El que practicó la misericordia con él». Díjole Jesús: «Vete y haz tú lo mismo».


    Reflexión


    Muchas lecciones les ha dado Nuestro Señor a los fariseos, pero ninguna tan bella como ésta. Es de esas ocasiones en las que Cristo da a conocer su doctrina y su mandamiento a todos los hombres, y lo hace de manera muy velada.

    Amar al prójimo no es muy fácil, porque requiere donarse a los demás, y ese donarse cuesta, porque no a todos los tratamos o queremos de la misma manera. Por ello tenemos que lograr amar a todos por igual, sin ninguna distinción. Quererlos a todos, sin preferir a nadie. Es difícil mas no imposible.

    Dios nos ha dado el ejemplo al vivir su propia doctrina: "no hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos", pero Él no la dio solo por sus amigos, sino también por sus enemigos, y muchos santos han hecho lo mismo.

    Imitemos a Cristo en su vida de donación a los demás, y vivamos con confianza y constancia su mandamiento: "vete y haz tú lo mismo".
     
  11. rosasylirios

    rosasylirios Guest

    SI SIENTES QUE TE LLAMAN...

    Si sientes que te llaman...


    Autor: Sociedad E.V.C.

    En una tarde cualquiera, un muchacho entra en la oficina de un sacerdote y cerrando la puerta le pregunta: "Padre, ¿cómo sé si tengo vocación?". El sacerdote, conociendo al joven, comprende que éste tiene inquietudes deseando saber si Dios lo llama al sacerdocio.

    La pregunta puede presentarse en otras formas, por ejemplo: ¿Qué es la vida religiosa? o bien el chico dice: "¿Cómo es la vida en el seminario? ¿Qué estudian?".

    El caso es que de pronto un muchacho presiente que el Señor lo está llamando al Orden Sacerdotal. Todo su proyecto vital anterior se tambalea, pues después de años de estudio con la idea de ser ingeniero o doctor y estando el título ya cercano, ha perdido el interés por su carrera y piensa cada vez más en las cosas de Dios. Lo que es más, duda mucho si de veras quiere a su novia o es nada más por costumbre que la visita.

    Dependiendo de la persona y sus inquietudes, hay que analizar caso por caso. Puede ser que se trate de una auténtica vocación al sacerdocio o simplemente de una ilusión o inquietud pasajera.


    ¿Qué es la vocación?

    Como suele suceder, las cosas más importantes de la vida, son difíciles de definir. El concepto de vocación se presta a diversas interpretaciones y por tanto puede provocar confusión. Podemos usar la palabra vocación de diferentes maneras, en diversos niveles. Existen, por ejemplo, escuelas "vocacionales"; se dice que alguien tiene "mucha vocación" para algún oficio o profesión; si un muchacho se sale del seminario "es que no tenía vocación". Y también hablamos de "vocación matrimonial o religiosa". ¿De qué estamos hablando?

    En realidad, la palabra vocación proviene del latín: vocare, que significa llamado. Sentir una vocación equivale a decir que alguien me está llamando. De otra manera no tiene sentido.


    Alguien llama

    Debemos poner en claro antes que nada, que es Dios quien llama. Iluminados por la fe y experiencia enorme de la Iglesia, sabemos ciertamente que toda vocación viene de Dios. El uso de dicha palabra en otro contexto, es abusivo o equivocado. Aclaremos los puntos.


    El primer llamado

    Dios Creador nos llama del no ser a la existencia. Nosotros no nos damos la vida solos: la recibimos gratuitamente. Dios, por medio de los padres, va llamando a la vida a los seres humanos. No somos el resultado casual e intrascendente de un proceso biológico ciego, sino que Dios asocia en su obra creadora a causas segundas, en este caso los padres. En la formación de una familia, los padres son co-acreedores con Dios.

    Tener un hijo es la respuesta al deseo de Dios expresado bellísimamente en el libro del Génesis con las palabra divinas: "Creced y multiplicaos, henchid la tierra" (Gen. 1,28).

    No importa la mucha o poca conciencia que los esposos tengan del hecho, ellos están de cualquier manera, colaborando con la obra de Dios como causas segundas. Y sabemos por la fe, que el Señor, atento a los actos conyugales, crea personalmente el alma de cada niño concebido. ¡He ahí la grandeza de los actos sexuales! ¡He ahí el respeto absoluto que debemos tener por el niño en cualquier momento de su gestación!


    Un segundo y sublime llamado

    Pero Dios no nos llama a la existencia nada más para que vivamos, crezcamos, nos reproduzcamos y nos muramos. No somos animales. Él tiene un proyecto grandioso e inefable para cada persona llamada a la existencia. Si ha constituido a los esposos como colaboradores suyos en la procreación, es para un fin mucho muy superior al mero deseo de llenar la tierra de seres humanos.

    Cada uno de nosotros, todos los hombres y mujeres que poblamos la tierra, estamos llamados "desde antes de la creación del mundo", como nos dice San Pablo en su maravillosa carta a los Efesios, a participar de su propia vida divina, hasta la eternidad, lo que llamamos la "gracia santificante".

    Este llamado, esta vocación a la gracia, es el hecho más importante en nuestras existencias. Si el don de la vida humana es ya de por sí algo formidable, el que Dios nos llame a gozar de su propia Vida Divina, es algo inaudito, inefable, insospechable si no fuera por la revelación que Cristo nos hace en la Sagrada Biblia. Solamente por la fe, podemos entender el sublime llamado que Dios nos hace en su querido Hijo y de la aceptación de esta verdad toda nuestra vida adquirirá un sentido total. Fuera de esta perspectiva, la vida parecería un absurdo o una broma cruel. ¡Tántas idas y venidas, tántos trabajos y sufrimientos, para al fin morir y desaparecer!

    Quede tan sólo claro, que Dios no nos llama únicamente a gozar de la vida humana, sino que aparte de esta existencia a nivel humano, Él nos llama a participar ya de su divinidad: es la vocación a la gracia. Y siendo la gracia de por sí santificante, en resumidas cuentas, Dios nos llama a la santidad. Todo hombre nacido en este planeta, está llamado a ser santo. La vocación a la santidad es universal.

    De una manera brillantísima el Concilio Vaticano II en la constitución dogmática "Lumen gentium" nos aclara el llamado universal a la santidad por la participación de la Vida Divina: "El Padre Eterno creó el mundo universo por un libérrimo y misterioso designio de su sabiduría y de su bondad; decretó elevar a los hombres a la participación de la Vida Divina" (LG2).

    Más adelante en el número 39 el mismo documento nos dice: "por eso en la Iglesia todos, ya pertenezcan a la Jerarquía, ya sean apacentados por ella, son llamados a la santidad, según aquello del Apóstol: Porque ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación" (I Tes.4,3).

    Del mismo modo con que el apóstol San Pablo invita a todos a la santidad, el Papa Juan Pablo II, en su visita a Brasil, repite la misma idea: "La verdad es que estamos llamados todos -¡no temamos a la palabra!- a la santidad (¡y el mundo hoy necesita tanto de los santos!) una santidad cultivada por todos, en los varios modos de vida y en las diferentes profesiones y vivida según los dones y las tareas que cada uno ha recibido, avanzando sin vacilaciones por el camino de la fe viva, que enciende la esperanza y actúa por medio de la caridad".

    En Alemania, el Papa clama: "¡Sed Santos! Sí, santificad vuestras propias vidas y mantened siempre en vuestro corazón la presencia de Aquel que es El solo Santo".

    Tal vez jamás habías pensado en ser santo y sin embargo estás llamado a serlo, participando de la Vida Divina que se nos comunica por los Sacramentos a partir del Bautismo. "¡Yo no nací para ser santo!" hemos oído muchas veces y sin embargo la realidad es precisamente lo contrario: hemos sido llamados a la existencia para ser santos. Aquel grito no es sino una confesión de ignorancia o de cobardía ante la necesidad de responder al llamado de Dios.


    El hombre responde

    Si en toda vocación es Dios quien llama, toca al hombre responder a dicho llamado. Y como el hombre es libre por designio Divino, puede responder afirmativamente... o no. Podemos negarnos al don de la existencia suicidándonos. Podemos negarnos al llamado a la santidad, pecando. Es nuestra decisión y Dios la respeta porque no quiere autómatas. El pone ante nosotros la vida o la muerte, la gracia o la condenación. ¡Terrible cosa ser tan libres!
     
  12. rosasylirios

    rosasylirios Guest

    CONVIENE MEDITAR LOS MISTERIOS DE SALVACIÓN

    Conviene meditar los misterios de salvación
    De los sermones de san Bernardo, abad

    El Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. ¡La fuente de la sabiduría, la Palabra del Padre en las alturas! Esta Palabra, por tu mediación, Virgen santa, se hará carne, de manera que el mismo que afirma: Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí podrá afirmar igualmente: Yo salí de Dios, y aquí estoy.

    En el principio –dice el Evangelio– ya existía la Palabra. Manaba ya la fuente, pero hasta entonces sólo dentro de sí misma. Y continúa el texto sagrado: Y la Palabra estaba junto a Dios, es decir, morando en la luz inaccesible; y el Señor decía desde el principio: Mis designios son de paz y no de aflicción. Pero tus designios están escondidos en ti, y nosotros no los conocemos; porque ¿quién había penetrado la mente del Señor?, o ¿quién había sido su consejero?

    Pero llegó el momento en que estos designios de paz se convirtieron en obra de paz: La Palabra se hizo carne y ha acampado ya entre nosotros; ha acampado, ciertamente, por la fe en nuestros corazones, ha acampado nuestra memoria, ha acampado en nuestro pensamiento y desciende hasta la misma imaginación. En efecto, ¿qué idea de Dios hubiera podido antes formarse el hombre que no fuese un ídolo fabricado por su corazón? Era incomprensible e inaccesible, invisible y superior a todo pensamiento humano; pero ahora ha querido ser comprendido, visto, accesible a nuestra inteligencia.

    ¿De qué modo?, te preguntarás. Pues yaciendo en un pesebre, reposando en el regazo virginal, predicando en la montaña, pasando la noche en oración; o bien pendiente de la cruz, en la lividez de la muerte, libre entre los muertos y dominando sobre el poder de la muerte, como también resucitando al tercer día y mostrando a los apóstoles la marca de los clavos, como signo de victoria, y subiendo finalmente, ante la mirada de ellos, hasta lo más íntimo de los cielos.

    ¿Hay algo de esto que no sea objeto de una verdadera, piadosa y santa meditación? Cuando medito en cualquiera de estas cosas, mi pensamiento va hasta Dios y, a través de todas ellas, llego hasta mi Dios. A esta meditación la llamo sabiduría, y para mí la prudencia consiste en ir saboreando en la memoria la dulzura que la vara sacerdotal infundió tan abundantemente en estos frutos, dulzura de la que María disfruta con toda plenitud en el cielo y la derrama abundantemente sobre nosotros.



    Synodia
     
  13. rosasylirios

    rosasylirios Guest

    PIROPOS A MARÍA

    Piropos a María

    Fuente: Catholic.net
    Autor: P. Juan Pablo Ledesma



    Allá por el siglo XIII, en tiempos de las cruzadas, un fraile llamado Santo Domingo de Guzmán tuvo una idea genial: en lugar de salmos, Avemarías. Y ahí se “inventó” el rosario como hoy lo conocemos.

    Rezar el rosario. ¿Qué es el rosario? ¿En qué consiste esa oración que tanto agrada a la bella Señora vestida de luz? Es la combinación de las oraciones más bellas, las oraciones predilectas, las más hermosas: el Padrenuestro, el Avemaría, el Gloria.

    Cuando los Apóstoles le rogaron al Maestro: “Enséñanos a orar”, Jesús les enseñó el Padrenuestro. ¡Qué decir del Avemaría! Es un piropo. Oración simple, breve, pero grande como el universo. En un Avemaría se fusionan palabras del arcángel Gabriel, de Santa Isabel y de la Iglesia. Es la primera oración que aprende el niño y la última que suspira el moribundo; el grito del pecador, la súplica del enfermo...

    Y en el Rosario se dice diez, veinte..., cincuenta veces el Avemaría. ¿Por qué repetir tantas veces la misma oración? El rosario es..., como un ramo de flores. Cuando se quiere a la persona amada, no bastan tres o cuatros rosas. ¡Cuántas más, mejor! Cuando uno está enamorado, no se cansa de decirle a su amor: “te quiero”, “me encanta estar contigo”. Ciertamente se lo repetirá cien y mil veces. Eso es el rosario. Una lluvia de alabanzas y versos de amor a la Madre de Dios. Es también una meditación cordial de la vida de Jesús y una súplica por nosotros, para que nos asista en el presente y en el momento del encuentro final y definitivo. Es el Evangelio resumido, concentrado, en miniatura.

    El rosario ha conservado la fe por siglos. Fue el arma que venció en Lepanto y que viajó con Cristóbal Colón hasta anclar en el continente americano. ¿Fue quizás casualidad que la carabela de los descubridores se llamara “Santa María”?

    Son muchas las familias que lo rezan hacia el final de su jornada. El Papa Juan Pablo II nos enseña en su mensaje, que el rosario “reúne a la familia contemplando a Jesucristo y recupera la capacidad de volverse a mirar a los ojos, para comunicarse, solidarizarse, perdonarse, comenzar de nuevo, con amor renovado”.
     
  14. rosasylirios

    rosasylirios Guest

    MARTA Y MARÍA

    Marta y María

    Fuente: Catholic.net
    Autor: José Fernández de Mesa


    Lucas 10, 38-42


    Yendo ellos de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada».


    Reflexión


    Jesús iba con placer a Betania, y se sentía como en su casa. Marta, que se dedica con empeño a las faenas de casa, está tan absorta en servirlo atentamente que no encuentra el tiempo de gozar su compañía. En cambio, María prefirió sentarse junto a él para escuchar sus enseñanzas. Jesús no quiere ser juez entre Marta y María: no manda a la primera que se siente a escucharle, ni a la segunda que se levante a ayudar a su hermana. Él les es amisto, pero aprovecha la ocasión para ofrecer un consejo siempre válido: en nuestra peregrinación terrenal conviene sólo preocuparse de escuchar la palabra del Dios, y respetar sus enseñanzas con nuestras obras.

    ¿Qué cuenta más, escuchar a Dios o trabajar por Él? ¿La vida activa o la vida contemplativa? "Una sola es la cosa de que hay necesidad." Vida activa y contemplativa no están en contraposición así como Marta y Maria, son" hermanas." Cada fiel cristiano, en el estado de vida que le es justo, tiene que aprender a ser contemplativo en el actuar y activo en la contemplación. El Maestro nos enseña que no es necesario preocuparse excesivamente por las "obras de Dios", si nos llevan a no tener tiempo para estar y para dialogar con el "Dios de las obras." Si primera no hablamos con Dios, ¿cómo podremos hablar luego de él a los otros? A menudo nos sentimos metidos en este conflicto: entre mil urgencias y contingencias, creemos no tener tiempo que dedicar a la oración, para hablar con nuestro Padre bueno. Volvamos a atribuir el justo valor y el justo tiempo a la vida interior.
     
  15. rosasylirios

    rosasylirios Guest

    LOS TEMPLARIOS

    Los templarios: más allá de la leyenda

    Fuente: Catholic.net
    Autor: P. Fernando Pascual


    Estas líneas quieren ofrecer una ágil presentación del proceso al que fueron sometidos los templarios en los primeros años del siglo XIV, proceso que culminó con la supresión de la Orden en una página dramática de la historia de la Iglesia. A través de los datos analizados quedan al descubierto mecanismos profundos del mal que destruyen corazones y que llevan a injusticias sin nombre, pero que no son capaces de aniquilar la bondad y el heroísmo de quienes son capaces de dar su vida por la verdad y la justicia.


    A. La Orden del Temple

    1. Los templarios surgieron a inicios del siglo XII, tras la conquista de numerosos lugares de Tierra Santa y de Jerusalén por parte de la I cruzada (1095-1099). Los cruzados organizaron un reino propio, en el que Balduino I fue declarado rey de Jerusalén (1100-1118). Con el nuevo rey, muchos cruzados decidieron quedarse en las zonas conquistadas para evitar que los sarracenos las conquistasen de nuevo.

    Entre quienes se ofrecieron a permanecer en la zona, encontramos a Hugo (Hugues) de Payens, un caballero que deseaba unir en su vida dos ideales: los de la caballería y los de la vida monástica. Con 8 compañeros fundó en 1118 ó 1120, en la ciudad de Jerusalén, una Orden militar de caballeros (poco antes había sido fundada la primera, la Orden de San Juan de Jerusalén u hospitalarios).

    Parece que se autodenominaron “pobres caballeros del Cristo”, aunque también fueron conocidos con otros nombres: “Christi milites” (soldados de Cristo), “Milites Templi” (soldados del Templo, o del “Temple”, como todavía hoy se les conoce).

    Los templarios emitían, además de los tres votos religiosos de pobreza, castidad y obediencia, un voto especial de defender y escoltar a los peregrinos y viajeros que se trasladaban en Tierra Santa. Les fue dado, como lugar de residencia, una parte del edificio que ocupaba el segundo rey de Jerusalén, Balduino II (1118-1131) que, según se creía, estaba situado donde había sido levantado el templo del rey Salomón.


    2. La Orden de los templarios tuvo como insigne amigo y promotor a san Bernardo de Claraval, por cuyo influjo adoptó una regla similar a la benedictina. Consiguió pronto el reconocimiento pontificio por parte del Papa Inocencio II, con la bula “Omne datum optimum” del año 1139: desde ese momento los templarios dependían únicamente del Papa.

    El hábito que les distinguía era blanco (como el usado por los cistercienses) con una visible cruz roja. Entre sus miembros, existía una especie de jerarquía. Estaban, por un lado, los caballeros, que solían ser nobles o de familia noble, y se dedicaban a las artes militares. Había también un grupo reducido de sacerdotes o capellanes, para las misas y demás celebraciones litúrgicas. Además, había un numeroso grupo de escuderos, normalmente de la clase media, y de hermanos legos, dedicados al servicio doméstico. La dirección suprema de la orden corría a cargo de un “gran maestre”.


    3. Durante los siguientes decenios, la Orden del Temple tuvo un amplio crecimiento y expansión. Había templarios en Tierra Santa, Chipre, Francia, los reinos de España, Italia, Inglaterra, Alemania. En el año 1300 se calcula que había unos 4000 caballeros de la Orden, a los que habría que sumar un buen número de servidores.

    Los templarios habían conseguido una fama merecida, sobre todo por el valor mostrado en acciones de combate. Sus gestas fueron cantadas por la poesía medieval, lo cual muestra el aprecio que recibieron de sus contemporáneos. Una de las últimas hazañas militares por la que se les distingue fue la defensa de la postrera plaza cristiana en Tierra Santa, Tolemaida (San Juan de Acre), que cayó en 1291 bajo el ataque de un numeroso ejército sarraceno, y que implicó la muerte, entre tantos otros templarios, del gran maestre de la Orden, Guillermo de Beaujeu. Por sus conocidos gestos de heroísmo, el Papa Bonifacio VIII no dudó de hablar de los templarios como de “atletas del Señor” y de “guerreros intrépidos”.

    No faltaron, sin embargo, momentos de tensión y de lucha entre las Órdenes de caballería, en los que los templarios se mostraron inclinados más a defender sus propias ideas e intereses que a colaborar con los demás cristianos de Tierra Santa. Es triste tener que recordar que incluso hubo una sangrienta “guerra civil” entre los templarios y los hospitalarios, con miles de muertes por ambas partes, en la segunda mitad del siglo XIII.

    Otro aspecto a destacar es que la Orden del Temple, nacida con ideales de pobreza, fue adquiriendo un importante poder económico. Los templarios llegaron a ser importantes prestamistas y acaudalados “banqueros”, con lo que es comprensible que no faltasen envidias y críticas ante su ventajosa situación financiera.


    4. La pérdida de Tolemaida (Acre) implicó el inicio de una nueva fase en la vida de la Orden. Si los templarios habían nacido en función de la defensa de Tierra Santa, tenían ahora que asumir nuevas tareas en la vida de la sociedad y de la Iglesia católica, y tal vez no tenían una clara idea de lo podían hacer por la cristiandad. Organizaron su cuartel general en la isla de Chipre, una especie de avanguardia cristiana en espera de la “reconquista” de Palestina; pero muchos templarios marcharon a vivir a Francia, una de las naciones que más vocaciones había dado a la Orden.

    Su actividad como “banqueros” aumentó en esos años, y no faltaron voces malévolas que los acusaban de enriquecerse excesivamente. Pero algunos estudiosos afirman que no practicaban la usura, y ello explica que la gente recurriese a ellos con más confianza que respecto a otros que sí pedían intereses muy elevados por los préstamos. Otros expertos han mostrado que no eran tan ricos como se sigue repitiendo una y otra vez: según algunos estudios, tenían muchos menos bienes inmuebles que los poseídos por los “austeros” cistercienses...


    5. En este nuevo contesto aumentaron las envidias, y no faltaron quienes empezaron a hacer circular dicherías o calumnias de diversa gravedad, en especial sobre los ritos secretos con los que eran admitidos los nuevos caballeros. Pero la fama y la integridad de los templarios era tan ampliamente reconocida, que esas primeras críticas no fueron prácticamente tenidas en consideración.


    B. La preparación del drama

    6. Los problemas inician a partir de la serie de intrigas, maquinaciones, calumnias, y, como veremos, abusos que llegaron hasta niveles de injusticia y violencia insospechados, por parte del rey de Francia, Felipe IV el Hermoso (1268-1314), y de su fiel servidor y hábil jurista Guillermo (Guillaume) de Nogaret (ca. 1260-1313).

    Felipe IV promovió una política de tipo absolutista y participó en numerosas guerras con momentos de victoria y con importantes derrotas. Para financiar sus enormes gastos militares no dudó en usar métodos “extraordinarios”. Decidió imponer impuestos a los clérigos y controlar en parte los asuntos eclesiásticos, lo que le llevó a un fuerte enfrentamiento con el Papa de entonces, Bonifacio VIII (Benedicto Caetani o Gaetani, 1235-1303).

    Felipe el Hermoso mostró su astucia y su malignidad en diversos momentos de su choque con el Papa. Por ejemplo, cuando Bonifacio VIII envió una bula, “Ausculta fili carissime” (5 de diciembre de 1301) para pedir al rey que se presentase en Roma y respondiese a diversas acusaciones de tiranía y de abuso sobre el clero, Felipe IV mandó quemar el texto papal y lo sustituyó por otro texto falso en el que hacía decir al Papa cosas absurdas que no había afirmado. De este modo, pretendía provocar una reacción de la gente y de parte del clero a su favor, como si fuese víctima de la “malignidad” de Bonifacio VIII.

    El rey francés pudo contar, además, con aliados de peso en Italia: dos cardenales de la potente familia Colonna defendían la idea de que Bonifacio VIII era un Papa ilegítimo. Los cardenales Colonna fueron excomulgados, pero consiguieron huir a Francia para pedir la protección de Felipe IV, mientras que algunos de sus familiares en Italia continuaban sus intrigas contra el Papa.


    7. En este contexto de tensiones se produjo la tristemente famosa afrenta de Anagni. Cuando el Papa se disponía a emanar, el 8 de septiembre de 1303, el decreto de excomunión contra el rey francés, el día anterior Guillermo de Nogaret consiguió entrar por la fuerza en la ciudad de Anagni (donde residía el Papa), con la ayuda de un grupo de mercenarios y el apoyo de la familia Colonna. Allí apresó al pontífice y buscó maneras de obligarle a la renuncia y a la convocatoria de un concilio. Sólo una revuelta popular de la gente de Anagni pudo liberar a Bonifacio VIII. Pero la salud del Papa quedó seriamente quebrantada: moría el 11 de octubre de ese mismo año.


    8. Tras la muerte de Bonifacio VIII, los cardenales eligieron Papa a Nicolás (Niccolò) Boccasini (1240-1304), que tomó el nombre de Benedicto XI y sólo gobernó la Iglesia por un año (1303-1304). En ese breve tiempo hizo importantes concesiones a Felipe el Hermoso y absolvió a los Colonna, pero no a Nogaret, a quien mantuvo la excomunión por la afrenta de Anagni.


    9. El cónclave de 1304-1305 fue especialmente difícil y largo, pues en él se enfrentaron, de una parte, los partidarios del rey de Francia y de la familia Colonna, y de otra, los defensores del legado de Bonifacio VIII. Al final, los cardenales eligieron a Bertrand de Got (ca. 1264-1314), arzobispo de Bordeaux, que se encontraba en esos momentos en Francia.

    El nuevo Papa tomó el nombre de Clemente V y fue coronado en Lyon. Gobernó la Iglesia de 1305 a 1314. Aunque inicialmente mostró el deseo de partir hacia Italia, por diversos motivos fue posponiendo el viaje, hasta que al final fijó la residencia papal en Aviñón. De este modo, quedó expuesto notablemente a las intrigas del rey y de su fiel ministro Nogaret. Además, contribuyó a que la curia papal fuese cada vez más “francesa”, al nombrar a numerosos cardenales de Francia.

    Clemente V estaba aquejado por diversas enfermedades que limitaban no poco su servicio a la Iglesia. Era, además, un hombre muy apegado a su tierra y a su familia, a la que favoreció enormemente. También tenía no poco aprecio por el dinero: llegó a acumular más de 1 millón de florines, de los cuales una importante cantidad pasó a sus familiares, 200 mil florines fueron dedicados a obras pías, y sólo quedaron 70 mil florines para su sucesor.

    Con los nombres de Felipe IV el Hermoso, Guillermo de Nogaret y Clemente V estamos ya ante los principales protagonistas de la condena de los templarios, que vamos a presentar en sus momentos más importantes. Conviene, antes de presentar la historia de una tragedia, hacer mención del “proceso” contra Bonifacio VIII, pues nos ayudará a comprender hasta qué punto el rey francés era capaz de inventar calumnias y de suscitar “testigos” en pos de sus ambiciones de poder y de venganza.


    10. El “proceso” contra la persona del Papa Bonifacio VIII venía siendo organizado ya desde 1303, y llegó a tomar cuerpo a causa de las numerosas presiones y amenazas que ejercieron Felipe IV y Nogaret (que seguía excomulgado precisamente por haber encarcelado al Papa) sobre Clemente V. Éste intentó de diversos modos eludir el asunto, pues conocía la honradez de su predecesor. Al final accedió a escuchar a los acusadores que se presentasen contra Bonifacio VIII, y luego permitió que se abriese el proceso en Aviñón (1310).

    Contra el Papa Caetani no sólo testimonió su agresor, Nogaret, sino una serie de personajes turbios, entre los que no faltaron monjes o sacerdotes indignos, que llegaron a inventar calumnias de lo más pintoresco y absurdo. Alguno acusó a Bonifacio VIII de hereje; otro, de haber asesinado al anterior Papa, Celestino V (ca. 1210-1296); otro, de no mirar a la hostia durante la consagración; otro, de haber dicho que la religión cristiana estaba llena de falsedades; otro, de proferir que las religiones judía, mahometana y cristiana eran invenciones humanas; otro, que no quiso recibir la Eucaristía antes de morir. No es difícil comprender que tal cúmulo de acusaciones, ofrecidas “espontáneamente” y con lujo de detalles, no podrían sino ser motivadas e incitadas por alguna mente resentida y perversa como la de Nogaret. No hay que olvidar esto, para comprender el tenor de las acusaciones y la astucia casi diabólica que se hizo patente en el esfuerzo por destruir a los templarios, también con la mano y la mente de aquel “fiel ministro” de Felipe IV.


    C. Acusaciones y procesos contra los templarios

    11. No creemos que la historia sea el resultado de fuerzas ciegas ni de factores anónimos que dirigen, como marionetas, a sus protagonistas. Esto se hace patente en el tema de la disolución de los templarios: el drama de esta Orden militar no acaeció como resultado de una fatalidad inevitable, sino como consecuencia de ambiciones profundas, de odios encendidos, de voluntades maquiavélicas, de miedos y de torturas usadas con astucia calculada hasta el detalle.

    Conviene subrayar, como ya dijimos en el punto 4, que la identidad de los templarios estaba en parte en entredicho por la desaparición de los enclaves cristianos en Tierra Santa. Ello llevó, por ejemplo, a que uno de sus enemigos, Pedro Dubois, en una obra titulada “De recuperatione Terrae Sanctae” (1305-1307), propusiese la supresión de la Orden del Temple o su fusión con la Orden de San Juan. ¿Motivos? Pedro Dubois no señala ningún escándalo ni acusación como las que serán inventadas en Francia, sino simplemente señala que los templarios han perdido su razón de ser, pues no tienen peregrinos a los que escoltar...


    12. El drama inicia, como ya insinuamos, con las ambiciones económicas, las envidias y los odios de Felipe IV el Hermoso. ¿De dónde nacieron estas actitudes? No es fácil saberlo, sobre todo si señalamos que los templarios (de origen francés) apoyaron al rey en sus disputas contra Bonifacio VIII, y que el mismo rey confirmó, el año 1304, todos los privilegios dados en Francia a la Orden militar.

    Pudo haber influido en Felipe IV un hecho personal: en 1306, tras una sublevación ocurrida en París, el rey encontró protección segura al refugiarse en la fortaleza (el Templo) que tenían los templarios de la ciudad. Quizá este hecho hizo pensar al monarca en el “peligro” que implicaba la existencia de un grupo de hombres tan poderosos, y le llevó a poner en marcha la idea de destruirlos. Una vez más la historia muestra cómo la gratitud es una virtud muy extraña entre los hombres, pues el que los templarios hubiesen defendido y salvado la vida del rey debería haber sido un motivo suficiente para refrenar las ambiciones del monarca...

    Hemos de recordar, además, que la Orden del Temple era famosa por sus riquezas, y que fungía en muchos lugares como si se tratase de una especie de “banco”, capaz de dar préstamos, de custodiar bienes de valor, etc. Según parece, cuando Felipe el Hermoso estuvo en el Templo de París, fue llevado a contemplar el abundante tesoro custodiado por los templarios. La ambición se despierta de modo muy intenso a través de la vista, máxime cuando eran cuantiosas las deudas que agobiaban al rey francés.


    13. Había que conseguir dinero, de modo rápido y sin intereses. Una primera acción de Felipe IV consistió en arrestar y exiliar a todos los judíos de su reino el 21 de julio de 1306, lo que le permitió apropiarse de todos sus bienes. Más tarde, en 1311, haría algo parecido con los mercaderes italianos. En 1307 les llegaba el turno a los templarios. Para acaparar sus riquezas, sin embargo, habría que anular su poder, su prestigio y, sobre todo, su dependencia directa del Papado.


    14. La primera fase consistió en buscar y reunir acusaciones contra los templarios. Entre los primeros “testigos” encontramos a un personaje turbio, Esquiu de Floyran, que decía haber sido templario y que había cometido diversos delitos que le llevaron a la cárcel. Una vez en libertad, se dirigió primero a la corte del rey de Aragón, Jaime II, con una serie de graves acusaciones contra la Orden del Temple que habría obtenido, supuestamente, de un templario apóstata conocido en la cárcel. El rey aragonés no hizo ningún caso de estas acusaciones, y entonces Esquiu marchó a Francia. No es fácil imaginar que alguien dirigía los pasos y las acusaciones de este hombre, como antes alguien había coordinado e incitado a tantas personas, incluso eclesiásticos, a proferir acusaciones absurdas contra Bonifacio VIII...

    Las calumnias de Esquiu fueron, obviamente, muy bien acogidas por Felipe el Hermoso, y no falta quien insinúa que detrás de Esquiu estaba la astucia y la imaginación de Guillermo de Nogaret. El rey pudo también “reunir informaciones” de algunos templarios que habían dejado la orden o habían sido expulsados por su mala conducta (lo cual ya los hace testigos poco fiables). Incluso el rey instigó a doce falsarios para entrar en la Orden y actuar como espías, para poder testificar así contra los templarios.

    Felipe IV iba informando de las distintas críticas y acusaciones al Papa para preparar el terreno a la hora de presionarle a iniciar un proceso contra la Orden del Temple. Clemente V empezó a dudar de la inocencia de los templarios y llegó a pensar en la necesidad de una investigación, una idea que barruntaba ya en el verano de 1307.


    15. Previamente, el rey había realizado una maniobra que resultó vital para su proyecto. El gran maestre de los templarios, Jacobo (Jacques) de Molay (ca. 1243-1314), residía en Chipre (que, como dijimos, esa la sede central de la Orden) y habría que atraerlo a Francia. El Papa lo llamó, quizá en parte con la idea de que había que analizar ciertos proyectos para preparar la conquista de Tierra Santa, quizá también para pedirle una defensa de la Orden. Jacobo no intuyó el peligro al que iba a exponerse, y partió hacia Francia con un nutrido grupo de caballeros. El rey, de manera cínica, lo agasajó grandemente en París, e incluso le permitió ser padrino de uno de sus hijos. La víctima había caído, sin saberlo, en una complejísima telaraña de la que sólo lograría librarse con la muerte.

    Mientras, Felipe IV terminaba de mover las últimas piezas para que el plan fuese perfecto. Tenía como confesor a Guillermo Imbert, que era, además, el gran inquisidor del reino. Con su apoyo, en nombre de la Inquisición, el rey podía echar mano a los templarios bajo la falsa acusación de herejía, con lo que evitaba el problema de la invulnerabilidad de una Orden que dependía directamente del Papa.


    16. Empieza el drama. El 22 de septiembre de 1307, el rey envía órdenes secretas para que la mañana del día 13 de octubre se proceda al arresto de los templarios presentes en su reino y a la incautación de todos sus bienes. La ejecución del mandato real cogió de sorpresa a Jacobo de Molay (que se encontraba en París, preparando un viaje a la corte papal para defender a la Orden de las acusaciones que corrían ya por todas partes) y a los más de 1000 templarios (tal vez 2000) residentes en Francia. Para tal arresto masivo, el rey contó con un eficaz ejército privado y una especie de policía, que ya habían mostrado su destreza a la hora de arrestar y expulsar a los judíos. La “conquista” de la fortaleza (el Templo) que los templarios tenían en París corrió a cargo del mismo Nogaret, que convirtió a aquel recinto en la cárcel de los que antes eran sus propietarios...

    El golpe fue tan inesperado que el mismo Papa Clemente V tuvo que protestar ante el abuso real, con una carta fechada el 27 de octubre de ese mismo año 1307. Envió, además, a dos cardenales, Berenguer Fredol y Esteban de Siuzy, para conminar al rey a que pusiese en sus manos las personas y los bienes de los templarios. Veremos en seguida cómo maniobró el rey ante esta petición papal.


    17. Antes de la llegada de los dos cardenales, el rey empezó a conseguir “resultados” muy favorables a sus planes. Los comisarios reales torturaban a los templarios y les obligaban a confesar sus delitos. Cuando éstos cedían psicológicamente, llamaban a los inquisidores que recogían las “confesiones” de los presuntos culpables. Muchos templarios sucumbieron y se acusaron de delitos contra la fe y contra la moral (normalmente de aquellos delitos sobre los que se les preguntaba según una lista previamente preparada por los inquisidores).

    Jacobo de Molay, que tenía unos 64 años, cedió a la presión psicológica, si bien parece que no fue torturado físicamente. El 24 de octubre de 1307 declaró, ante el inquisidor Imbert y varios testigos, haber renegado de Cristo y haber escupido sobre la cruz. Más aún, envió una carta a todos los templarios de Francia para que confesasen, por mandato suyo, aquellos delitos de los que fuesen acusados. No es el momento de juzgar este gesto de debilidad. Quizá lo comprenderíamos mejor si dejásemos de pensar que los héroes son impasibles, cuando en realidad son tan humanos que también pueden tener sus momentos de flaqueza. Jacobo no soportó la presión psicológica y firmó una falsa confesión de delitos. Veremos que, en el decurso de los hechos, aumentará su entereza moral y llegará a dar, con su muerte, testimonio de amor a la verdad y de la inocencia de su Orden.


    18. Los dos cardenales enviados por el Papa fueron recibidos con bastante retraso. El rey los acogió con benevolencia. Renovó sus promesas, llenas de no poca hipocresía, de fidelidad a la Iglesia, y manifestó su disponibilidad de entregarles las personas de los templarios, pero sin liberar, por el momento, a ninguno. Poco tiempo después los cardenales consiguieron entrevistar a Jacobo de Molay y a varios templarios en la cárcel, y éstos hicieron sus primeras retractaciones.

    El Papa, por su parte, estaba indignado por el papel que la Inquisición había jugado en Francia contra los templarios. Por eso, a inicios de 1308, suspendió de su cargo a Guillermo Imbert. Además, privó a la Inquisición francesa de competencias en el asunto de los templarios, y pasó el proceso a los tribunales diocesanos. Por desgracia, el Papa no mantuvo estos gestos de valor, pues más adelante, bajo las presiones del rey, confirmó a Imbert como juez para el caso de los templarios.


    19. Mientras, Felipe IV había enviado una pregunta a la facultad teológica de París: ¿tenía el rey de Francia la facultad de apresar, juzgar y condenar a los herejes? La facultad le dio una respuesta negativa. Entonces empezó a promover, a través de Pedro Dubois (jurista francés rico en ardides y precursor de la “propaganda” panfletaria, al que ya mencionamos por un primer escrito contra los templarios), una serie de ataques contra Clemente V, al que acusaba de poca firmeza para gobernar la Iglesia y de haberse dejado sobornar por los templarios. En uno de sus escritos, Dubois le recuerda al rey cómo Moisés conminó a los israelitas para que asesinasen a los infieles del pueblo, sin pedir permiso a Aarón: también el rey podría actuar así, sin tener que avisar al Papa...

    Para aumentar su presión sobre Clemente V, Felipe IV convocó los estados generales para el 5 de mayo de 1308, en la ciudad de Tours. Allí recibió un apoyo casi unánime: los templarios merecían la pena de muerte por ser herejes y por haber cometidos crímenes nefandos. Las calumnias y las presiones del rey habían logrado una nueva victoria, y todavía quedaba uno de los puntos más difíciles: doblegar la voluntad del Papa.


    20. El rey quiso encontrarse con Clemente V en la ciudad de Poitiers (que fue durante bastante tiempo residencia provisional del Papa), de mayo a julio de 1308. El rey reconoció al Papa su competencia para juzgar a la Orden del Temple, si bien “se ofrecía”, para “ayudar” al Papa, a mantener en arresto a la mayor parte de los templarios. Permitió, además, que un grupo de templarios, bien seleccionados, se presentasen ante el pontífice, al mismo tiempo que inventaba excusas absurdas para impedir que Jacobo de Molay y otros jefes insignes de la Orden pudiesen ser interrogados por el Papa. Los prisioneros seleccionados se acusaron de tales delitos y con tanto descaro que Clemente V quedó muy impresionado.


    21. Fue entonces cuando el Papa se decidió del todo a iniciar el proceso, llevado a cabo en un doble binario. Por un lado, habría un proceso pontificio, en el que se analizasen los eventuales delitos de la Orden en su conjunto; por otro, los obispos realizarían procesos diocesanos para analizar los presuntos delitos de los templarios en cuanto personas particulares.

    Además, y siempre bajo las presiones del rey, el 22 de noviembre de 1308 Clemente V pidió que fuesen arrestados y juzgados los templarios de las demás naciones cristianas, y que sus bienes pasasen bajo el control de la Iglesia. Aludiremos un poco más adelante a cómo fue acogida y aplicada la orden papal.


    22. Hubo que esperar a noviembre de 1309 para que diese inicio el proceso pontificio contra la Orden del Temple. Fue llamado a declarar Jacobo de Molay. Después de unos momentos de vacilación, defendió públicamente la inocencia de la Orden, y declaró su fe católica, lo cual era una importante retractación pública de lo que había firmado bajo las presiones psicológicas durante los primeros meses. Las palabras de Molay debieron de sentar muy mal a uno de los personajes presentes en la comisión y que ya nos es suficientemente conocido: Nogaret. Con permiso del obispo que presidía el tribunal, Nogaret empezó a interrogar a Molay y éste le desmintió sus acusaciones llenas de veneno. Al final, Jacobo de Molay pidió que se le concediese la gracia de escuchar misa, lo cual no pediría alguien que fuese verdaderamente hereje...

    Durante el proceso, otros caballeros templarios empezaron a retractar sus “autoacusaciones”. Uno de ellos, Ponsard de Gisi, tuvo la osadía de exponer a qué torturas había sido sometido para ser obligado a declararse culpable:

    “Tres meses antes de mi confesión me ataron las manos a la espalda tan apretadamente que saltaba la sangre por las uñas, y sujeto con una correa me metieron en una fosa. Si me vuelven a someter a tales torturas, yo negaré todo lo que ahora digo y diré todo lo que quieran. Estoy dispuesto a sufrir cualquier suplicio con tal de que sea breve; que me corten la cabeza o me hagan hervir por el honor de la Orden, pero yo no puedo soportar suplicios a fuego lento como los que he padecido en estos dos años de prisión”.


    23. Cada vez eran más los templarios que retractaban lo firmado bajo torturas y que se mostraban dispuestos a defender a su Orden. Entre febrero y abril de 1310, más de 500 templarios quisieron dar este paso y se ofrecieron para hablar ante los jueces en París. Muchos de ellos sabían a qué se estaban arriesgando: en aquel tiempo, el hereje que primero confesaba sus errores y luego se retractaba, podía ser condenado a la hoguera.

    Ante tal multitud de hombres dispuestos a defender a la Orden, los jueces determinaron que los templarios escogiesen a algunos representantes que pudieran hablar en nombre de todos. Fueron elegidos Pedro de Bolonia (Pietro di Bologna) y otros tres templarios. El 1 de abril de 1310 entregaron un primer escrito de defensa, en el que negaban como absurdas las acusaciones, recordaban que muchos templarios habían confesado a causa de las torturas y del miedo a la muerte, y pedían, finalmente, lo siguiente:

    “Imploramos la misericordia divina, que se haga justicia, puesto que ya por un tiempo excesivo hemos padecido una persecución injusta. Como cristianos fieles y fervorosos pedimos la recepción de los sacramentos de la Iglesia”.

    No faltaron, hay que reconocerlo, algunos ex-templarios que renovaron las acusaciones contra la Orden, así como otros prisioneros que ratificaron sus confesiones acusatorias. Pero las contradicciones sobre algunos puntos eran tan manifiestas que los jueces no consiguieron mucho de estas declaraciones.


    24. La valentía recobrada por las víctimas ponía al rey en graves problemas, y tuvo que pensar, con sus ministros, un golpe de mano que asustase a muchos y produjese un fuerte impacto en la “opinión pública”. Para ello, el rey contó con la complacencia del nuevo arzobispo de Sens, Felipe (Philippe) de Marigny, hermano de uno de los ministros de Felipe IV, que tenía la competencia de juzgar a los templarios encarcelados en la zona de París. Preparó un tribunal eclesiástico apresurado para juzgar a algunos templarios que habían retractado las acusaciones anteriores. Los procuradores de los templarios, apenas conocieron la noticia, avisaron a la comisión pontificia de lo que estaba por ocurrir; incluso Pedro de Bolonia entregó un documento de apelación al Papa. Pero sus peticiones no fueron atendidas.

    Así, el 11 de mayo de 1310, 54 templarios acusados como “relapsos” (es decir, acusados del “delito” de haberse retractado y de haber querido defender a la Orden ante una comisión pontificia que debería guardar secreto de sus interrogatorios), fueron condenados a muerte, sin que se les dejase ningún margen de defensa. Al día siguiente, 12 de mayo de 1310, los 54 condenados entonaron el “Te Deum” (himno de acción de gracias), antes de que el fuego los consumiese vivos.

    Poco tiempo después, otros 15 templarios, en diversos lugares, fueron asesinados en la hoguera. En las cárceles, sea por las torturas, sea por la misma insalubridad de las prisiones, la muerte había causado ya no pocas víctimas entre los templarios que mendigaban un poco de justicia humana. A muchos de los que morían en las cárceles les fueron negados los sacramentos y la sepultura en un cementerio cristiano.


    25. El rey imponía, de este modo, el sistema del terror. Muchos templarios dispuestos antes a retractarse dejaron ahora de hablar en favor de su Orden. Otros, como el mismo Pedro de Bolonia, escaparon, pues se dieron cuenta de que la maquinación contra la Orden era más poderosa que las más elementales normas de justicia, y que no había ningún margen de defensa equa. No faltaron algunos que continuaron en su empeño por defender al Temple. Como aquel templario que, el día 13 de mayo de 1310 (un día después de la muerte de sus 54 compañeros), se atrevió a declarar ante la comisión pontificia:
    “Yo he confesado algunos artículos a causa de las torturas que me infligieron Guillermo de Marcilli y Hugo de la Celle, caballeros del rey, pero todos los errores atribuidos a la Orden son falsos. Al mirar ayer cómo eran conducidos a la hoguera 54 freyres por no reconocer sus supuestos crímenes, he pensado que yo no podré resistir al espanto del fuego. Lo confesaré todo si quieren, incluso que he matado a Cristo”.


    26. ¿Qué ocurría, mientras, en otras naciones? No nos detenemos ahora para hablar de lo que ocurrió en tantos lugares entre 1307 y 1312. Podemos decir, en modo de resumen, que hubo reyes, como Jaime II de Aragón y Eduardo II de Inglaterra, que inicialmente defendieron a los templarios por su fama y los nobles servicios prestados a los reinos cristianos. Pero cuando se hizo pública la orden papal de arrestar a los templarios y “poner a salvo” sus bienes, la catástrofe fue inevitable.

    En algunos lugares, los templarios fueron sometidos a tormentos, pero ello no les llevó a declararse culpables, mientras que en otros, algunos de los torturados confesaron aquellos delitos que no habían cometido. Hubo también varios procesos diocesanos en los que se declaró la inocencia de los caballeros del Temple. No faltaron monarcas que aprovecharon la situación para expropiar a los templarios de sus bienes, a pesar del disgusto de Clemente V.

    El caso de Aragón fue especialmente interesante, pues los templarios fueron declarados inocentes en el proceso inquisitorial. El rey, sin embargo, decidió apoderarse de sus bienes, y los templarios se alzaron en armas. Fue el único lugar donde ofrecieron una resistencia militar en toda regla. Jaime II tuvo que conquistar, uno por uno, los castillos de la Orden presentes en su reino.

    En Portugal, en cambio, los templarios gozaron del favor del monarca reinante, don Diniz. Éste los tomó bajo su custodia y dejó que el proceso diocesano siguiese su curso normal. Terminadas las averiguaciones, los templarios fueron declarados inocentes, y el rey quiso “fundar” de nuevo a la Orden (ya suprimida por el Papa) con el nombre de Caballeros de Cristo. En Alemania los procesos canónicos mostraron también la inocencia de los templarios.

    Es oportuno notar que en Chipre, la sede central de los templarios, fue organizado un proceso contra los miembros de la Orden (unos 180 en la isla). De entre ellos, muchos eran franceses y de otros lugares de Europa, y ninguno admitió conocer delito alguno de aquellos caballeros que habían sido antes compañeros en el Temple y que ahora confesaban culpas absurdas en las prisiones de Francia.


    D. La disolución de la Orden del Temple

    27. El golpe final contra los templarios sólo podía darlo el Papa, y Clemente V pensó hacerlo con el apoyo de un concilio. Así, se convocó el concilio de Vienne (1311-1312), que tenía ante sí tres asuntos centrales: el “problema” de los templarios, la organización de una cruzada en Tierra Santa, y la reforma de la Iglesia. Mientras se organizaba el concilio siguieron los interrogatorios individuales de templarios por parte del obispo de París, en los que los miembros de la Orden mostraron su debilidad con retractaciones y autoacusaciones que se sucedían continuamente.

    Las presiones del rey, para proceder al concilio, eran muy fuertes, y supo combinarlas con una carta escondida que mostraba en los momentos difíciles: cuando intuía que el Papa podía tomar una actitud más favorable a los templarios, “resucitaba” el tema del proceso contra Bonifacio VIII (que había quedado un poco entre paréntesis) para dar a entender que si el Papa no accedía a los deseos del rey podría volver a encontrarse con nuevas presiones para juzgar la memoria del Papa Caetani, esta vez en un concilio universal.

    Además, el tema de la cruzada influía no poco en Clemente V. En efecto, el Papa veía que al contentar a Felipe el Hermoso con la supresión de los templarios, podría facilitar luego el apoyo francés para encabezar un poderoso ejército al que se unieran los demás reyes cristianos.


    28. El concilio inició el 16 de octubre de 1311. La curia papal había reunido un enorme material con las actas y procesos preparados en las comisiones pontificia y diocesanas. En una consulta secreta que se tuvo en diciembre de ese mismo año 1311, Clemente V preguntó si era conveniente dar opción de defensa a los templarios, y la mayor parte de los obispos respondió afirmativamente. Pero, como veremos, tal defensa no tuvo lugar, pues el concilio dejó de lado el proceso para “cerrar” el tema con una decisión más de oportunidad política que de respeto a la justicia.

    En una comisión interna que se dedicó a analizar las actas, muchos hicieron notar que no cabía, en justicia, una condena contra la Orden del Temple. No faltaron voces prestigiosas, sin embargo, que se alzaron a favor de la supresión de los templarios.

    Por su parte, el rey francés volvió a jugar la baza de la presión política: convocó unos nuevos estados generales en Lyon, en febrero de 1312, y volvió a hacer presentes los muchos crímenes cometidos por los templarios. Además, envió a Nogaret y a otros embajadores a la sede del concilio, Vienne, para ejercer una mayor presión sobre el Papa. Hizo llegar un poco más tarde una carta, fechada el 2 de marzo de 1312, donde pedía insistentemente a Clemente V que suprimiese a los templarios y diese sus bienes a otra orden. El 20 de marzo, el rey llegaba a la ciudad del concilio acompañado de un nutrido séquito.


    29. Dos días después de la llegada de Felipe V, el Papa reunió un consistorio particular para dirimir la cuestión. La mayoría de los participantes votaron a favor de la supresión de los templarios, no por vía judicial (lo cual evitaba el hacer un juicio público en el que sería posible que los templarios se defendiesen) sino por vía “de provisión apostólica” (por una decisión administrativa).

    El Papa quedó tranquilo. Preparó la bula “Vox in excelso” (que lleva la fecha de 22 de marzo de 1312), y la presentó al concilio el 3 de abril de 1312. El concilio no puso objeciones a la decisión papal. En la sesión solemne, junto al Papa, estaba sentado el rey francés: había triunfado, al menos a los ojos de quien ve la historia sólo como un conjunto de intrigas y maniobras humanas.

    Los templarios fueron suprimidos, explicó el Papa, no como consecuencia de un juicio condenatorio, sino como provisión apostólica en virtud de los poderes papales. ¿Qué motivos se adujeron para tal decisión? El Papa reconoció que no había sido probada la culpabilidad de la Orden; pero, como la Orden se encontraba tan fuertemente difamada, y algunos de sus dirigentes habían dado confesión espontánea (así dijo Clemente V) de sus crímenes y delitos, ya no podía cumplir su fin propio (servir y defender la Tierra Santa), y era algo casi seguro que ya nadie querría ingresar en la misma.

    Podemos decir, por tanto, que los templarios no fueron suprimidos en cuanto culpables: los delitos no habían sido suficientemente probados, ni eran válidas las declaraciones firmadas bajo las torturas, ni se había dado espacio a una defensa digna de tal nombre, ni se habían respetado numerosos aspectos necesarios para un mínimo respeto a la justicia. Fueron suprimidos simplemente porque así lo decidió un Papa sometido a la presión injusta de un rey ambicioso.


    30. Quedaban dos asuntos pendientes en todo este largo proceso. El primero se refería a los bienes de los templarios. ¿Qué hacer con ellos? Felipe IV el Hermoso, a través de sus ministros, ya había echado mano a buena parte del tesoro de la Orden del Temple en París, pues desde 1307 mejoró notablemente su economía. Pero había que tomar una decisión que fuese aceptada por el Papa. Aunque el rey manifestaba su deseo de que los bienes fuesen entregados a una nueva Orden militar, el Papa determinó, con la bula “Ad providam Christi Vicarii” (2 de mayo de 1312) que los bienes confiscados (los que quedaban...) fuesen destinados a la Orden de San Juan de Jerusalén, menos aquellos bienes que se encontraban en los reinos hispánicos, sobre cuyo reparto hubo que esperar diversos años.

    Según parece, el rey francés tenía planeado, con su fiel Nogaret, iniciar también un proceso contra los Hospitalarios, pero la muerte les detuvo en sus ambiciones. De todos modos, el rey se vio libre de sus no pequeñas deudas con los templarios, y recibió importantes sumas de dinero por diversos conceptos relacionados con el largo proceso, con lo que en parte su ambición quedó satisfecha.


    31. El segundo asunto era más delicado. ¿Qué hacer con las personas de los templarios? Clemente V determinó, el 6 de mayo de 1312, que continuasen los procesos diocesanos, mientras que el juicio sobre el gran maestre y otros dirigentes de la Orden quedaría reservado al Papa (cosa que, en realidad, delegó a una comisión de eclesiásticos). Estableció asimismo que se asegurase la devolución de sus bienes a los templarios inocentes, y que fuesen tratados benignamente aquellos que confesasen sus culpas.

    Los dirigentes de los templarios fueron juzgados por dos cardenales y el arzobispo de Sens, Felipe de Marigny (que ya conocemos por sus arbitrariedades), según una decisión del Papa en diciembre de 1313. El 18 de marzo de 1314, sin haber dejado espacio a la defensa de los acusados, se emitió la sentencia en una sesión pública que se tuvo en la misma París: cadena perpetua a los culpables. Jacobo de Molay y Godofredo (Geoffroy) de Charney (que era preceptor de Normandía), sin que nadie les preguntase, tomaron la palabra y declararon ante los presentes su inocencia.

    “Nosotros no somos culpables de los crímenes que nos imputan; nuestro gran crimen consiste en haber traicionado, por miedo de la muerte, a nuestra Orden, que es inocente y santa; todas las acusaciones son absurdas, y falsas todas las confesiones”.

    Este gesto de valor impresionó profundamente a los presentes. Los jueces decidieron tener al día siguiente una nueva sesión para decidir qué hacer después de lo ocurrido. Pero la noticia llegó con rapidez al rey, que no quiso esperar más tiempo. Ordenó por su cuenta que los dos templarios fuesen quemados vivos ese mismo día. Jacobo de Molay y Godofredo de Charney morían bajos las llamas, pocas horas después, en una isla del río Sena. Algunos dice que Jacobo, antes de morir, pidió que le aflojasen las cadenas para poder unir sus manos como gesto de un caballero que quiere rezar a Dios. No se dio sepultura a los cuerpos de las víctimas: sus cenizas fueron arrojadas a las aguas del río, testigo mudo de una injusticia absurda.

    La muerte nos iguala a todos. Pocos meses antes de la muerte de Jacobo de Molay, en 1313, Guillermo de Nogaret dejó este mundo para presentarse al juicio verdadero, el que se produce ante Dios. El Papa Clemente V, con el agravarse de sus enfermedades, quiso salir de Aviñón para dirigirse a su tierra natal, pero falleció antes de llegar a su meta, el 20 de abril de 1314. Felipe IV pudo saborear pocas meses su “victoria”, pues moría en el otoño de ese mismo año.


    E. Algunas reflexiones conclusivas

    32. Los hechos presentados hasta ahora suscitan, en nosotros, reacciones vivas de dolor ante tal cúmulo de injusticias. Nos faltan, desde luego, elementos de contextualización de una época en la que las injerencias políticas en asuntos religiosos eran tristemente frecuentes, si es que no eran defendidas incluso a través de pseudorazonamientos teológicos o de escritores panfletarios. El mundo europeo vivía, además, unos momentos de convulsión, en el que las luchas internas entre los nobles de los reinos, entre las naciones y los pueblos, entre el papado y algunos monarcas, se combinaban con las presiones que, de diverso modo, ejercían algunos pueblos dominados principalmente por grupos musulmanes que querían conquistar nuevas tierras “cristianas”.

    Los sistemas jurídicos permitían, además, un complicado juego de interacciones entre tribunales eclesiásticos y tribunales civiles. El uso de la tortura, algo normal en los reinos medievales, era también admitido como “método” para obtener la confesión de culpables que no “serían capaces” de confesar sus delitos y herejías sin una presión “proporcionada” al grado de su nivel de perversiones.

    Tenemos que reconocer, sin embargo, que la tortura era suficiente para amedrentar incluso a caballeros y soldados que se distinguían por su valor en la guerra, como lo habían sido los templarios. Pero un momento de miedo o de abatimiento no puede ser motivo suficiente para descalificar completamente a una persona. Jacobo de Molay y otros templarios firmaron, bajo tortura, confesiones de delitos falsos, y ello puede ser interpretado ciertamente como un gesto de debilidad. Pero la historia de cualquier caballero (de cualquier ser humano) no queda circunscrita sólo a una parte de su vida, por muy oscura y triste que pueda aparecer, sino que abarca la totalidad de sus gestos y el nivel de su adhesión sincera y perseverante a la fe y al amor.

    Podemos recordar aquí lo que fue afirmado en un concilio provincial que tuvo lugar en Ravena, en junio de 1311 (es decir, en medio de la tempestad contra los templarios): debían ser considerados inocentes quienes, después de haber declarado su culpabilidad bajo torturas, luego se retractaban. Es, por tanto, legítimo decir que las autoacusaciones firmadas por los templarios tras las torturas no valen nada. Como hemos podido constatar, tristemente, en numerosos procesos organizados por los sistemas totalitarios del siglo XX, procesos en los que miles de inocentes se declaraban culpables de crímenes que nunca habían cometido.

    Por lo mismo, Jacobo de Molay merece, como tantos otros templarios, un homenaje. Su último gesto de heroísmo le convierte en un auténtico testigo de la verdad y la justicia. La historia debe reconocer que se enfrentó a fuerzas poderosas y a intrigas profundas, capaces de destrozar, ayer como hoy, incluso a los temperamentos más robustos. Jacobo sucumbió al inicio de la prueba. Pero supo alzarse desde sus cenizas para defender, hasta el último gesto de su vida, la inocencia de la Orden del Temple.


    33. Muy distinto, en cambio, debería ser nuestro juicio sobre el rey Felipe IV el Hermoso, un triste esclavo de su propio poder, un hombre capaz de ampararse hipócritamente en su “amor a la Iglesia” para destruir y aniquilar a inocentes a través del uso de todo tipo de argucias y de fechorías, con la mirada puesta solamente en sus ambiciones de grandeza y dinero; un tirano capaz de todo con tal de dar rienda suelta a odios profundos o a envidias despreciables.


    34. Quedaría, ciertamente, ofrecer alguna reflexión sobre las numerosas y a veces absurdas leyendas que giran en torno a los templarios. Intentar una respuesta acerca de las mismas llevaría un trabajo arduo para ver cómo y por qué han sido inventadas, aceptadas y difundidas narraciones llenas de fantasía y errores que muestran muy poco sentido histórico y, en no pocas situaciones, mala fe y deseo de engañar al gran público.

    Sería, sin embargo, una pérdida de tiempo luchar contra una nube de mentiras y calumnias. El camino más correcto a seguir, en el estudio de cualquier asunto del pasado, es confrontarse con los documentos y dejar de lado suposiciones que se difunden con facilidad pero que carecen de apoyos sólidos. Es lo que hemos pretendido con estas reflexiones que, desde luego, habrá que corregir si nuevos documentos auténticos (la misma historia nos ha mostrado que existen documentos falsos y que a veces tienen una acogida enorme) ofrezcan elementos de juicio que lleven a modificar lo que los estudiosos actuales nos dicen sobre el tema en cuestión.

    En este sentido podemos señalar que, a inicios del año 2006, fue dado a la luz un documento reencontrado en los archivos vaticanos en el que se recoge la absolución del Papa Clemente V a Jacobo de Molay y a los dirigentes de los templarios, documento que lleva la fecha de 17-20 de agosto de 1308 y que está firmado por varios cardenales. El documento, conocido como "folio de Chinon", puede ser visualizado en la página del Vaticano (cf. http://asv.vatican.va/es/doc/1308.htm). Posteriormente, cuando se cumplían los 700 años del inicio del drama de los templarios (octubre de 2007) vio la luz el volumen histórico “Processus contra Templarios”, que recoge los originales de las actas del proceso oficial contra los templarios (desde junio de 1308 hasta el año 1311).

    35. La historia de los templarios nos pone, como cada historia humana, ante el misterio del ser humano. Grande por ser amado por Dios, por haber recibido un alma inmortal, por haber sido redimido por Cristo. Pequeño por las heridas que el pecado original deja en todos. También en caballeros como los templarios, humillados ante la fuerza de un rey, sometidos ante un Papa que se vio aprisionado en un absurdo juego de intereses humanos, víctimas de la codicia de un rey asesino.

    Los templarios fueron derrotados: dejaron de existir como institución al servicio de la Iglesia en su marcha temporal. Cuentan, sin embargo, con un lugar en el corazón de Dios según la medida de su amor y de su confianza en Cristo, Salvador del mundo y Señor de la historia, Juez que conoce los corazones y que descubre verdades que escapan a los ojos del más atento investigador, pero no de quien nos ha creado por amor y para el amor.



    Bibliografía:

    A. BECK, El fin de los templarios: un extermino en nombre de la legalidad (título original, Der Untergang der Templer), Península, Barcelona 2002, 2ª ed.

    K. BILHLMEYER - H. TUECHLE, Storia della chiesa. III. L’epoca delle riforme, Morcelliana, Brescia 2001, 10 ed. (edición italiana por Iginio rogger de la edición alemana Kirchengeschichte. III. Mittelalter).

    R. GARCÍA-VILLOSLADA, Historia de la Iglesia Católica. II. Edad Media (800-1303), BAC, Madrid 2003, 7ª ed.

    R. GARCÍA-VILLOSLADA - B. LLORCA, Historia de la Iglesia Católica. III. Edad Nueva, BAC, Madrid 1999, 4ª ed.

    P. LEVILLAIN (ED.), Dizionario storico del Papato, 2 tomos, Bompiani, Milano 1996.

    PONTIFICIA ADMINISTRACIÓN DE LA PATRIARCAL BASÍLICA DE SAN PEDRO, Los Papas. Veinte Siglos de Historia, Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano 2002.
     
  16. rosasylirios

    rosasylirios Guest

    PÍO XII

    Pío XII: Cincuenta años después

    Fuente: Ecclesia. Revista de cultura católica, editorial 2008-3
    Autor: P. Antonio Izquierdo


    Cincuenta años de historia

    El 9 de octubre del 2008 se cumplieron 50 años de la partida del papa Pacelli, Pastor angelicus, desde esta tierra hacia la eternidad de Dios. En el transcurso de estos cincuenta años han tenido lugar no pocos acontecimientos de gran envergadura en la historia de la Iglesia y en el desarrollo integral de los pueblos, así como en las relaciones internacionales. La historia humana ha entrado en un proceso continuo de aceleración sin igual, que hace que estos cincuenta años, con todas sus peripecias, con sus luces y sombras, puedan parecer muy distantes de nuestro presente y, por tanto, menos conocidos y menos influyentes en los hombres de nuestro tiempo. Sin embargo, medio siglo es, incluso hoy en día, un período de tiempo suficientemente amplio para lanzar la mirada, con perspectiva histórica, a un pontificado y analizar con prudencia y perspicacia, saber y honestidad, su huella y significado en la Iglesia actual y en la humanidad de nuestro tiempo.


    Persona y figura de Pío XII

    La historia, desde sus comienzos, es un campo de batalla en el que actúan simultáneamente las fuerzas del bien y del mal. Como creyentes estamos convencidos de que las fuerzas del bien triunfarán sobre las del mal (las puertas del infierno no prevalecerán contra ella), pero el triunfo final no excluye batallas perdidas ni escaramuzas del maligno y de sus secuaces por tergiversar hábilmente la verdad y crear abundante confusión en la mente de los hombres. En estos cincuenta años la persona y figura de Pío XII ha estado sometida a estas dos fuerzas de la historia. Ha sido exaltado y glorificado como un hombre de gran estatura moral, de finísima sensibilidad, de mente brillante y de notabilísima inteligencia, de “buen samaritano” para tantos damnificados de guerra, especialmente judíos, de diplomático perspicaz y super partes, de infatigable capacidad de trabajo metódico al servicio de la Iglesia y de la humanidad, de papa dotado de gran nobleza de alma y de elevación mística. Ha sido a la vez maltratado casi hasta la saciedad y brutalmente denigrado como un pontífice intransigente y autoritario, un “vendido” a Hitler y al fascismo, un enemigo del pueblo judío, un obsesionado por el comunismo ateo, el último papa “monárquico y absolutista” amante de las ceremonias fastosas y de las palabras y gestos grandilocuentes. En definitiva, Pío XII, como el mismo Jesucristo, ha sido en estos cinco decenios desde su muerte, una “bandera discutida” de la que unos y otros desean apoderarse para agitarla ventajosamente a su favor.

    Se suele decir, refiriéndose a personas que han sido incomprendidas en su vida y en su actividad, que “la historia les hará justicia”. Es verdad y ojalá así sea, pero hay que añadir que la historia en ocasiones hace también injusticia. Porque, en definitiva, la historia la hacen los historiadores y éstos como hombres, no están exentos de pasiones, de fobias, de malas interpretaciones, de ambición de poder e influencia, de “falsas verdades” creadas por ellos. La pura objetividad histórica no está –nunca lo ha estado- al alcance completo de los hombres. Con todo, el historiador, que, con buena voluntad y simpatheia, entra en las intenciones y motivaciones de los personajes históricos y de los acontecimientos de su vida a través de los documentos, está más capacitado que los demás para recrear fielmente la verdad histórica y para, con honestidad, plasmarla por escrito en su obra. En otras palabras, tiene el poder de hacer justicia y vencer la injusticia histórica que rodea a tantos hombres sobresalientes, independientemente de su rango, de su profesión, de su estado o de sus creencias. Aquí radica la diferencia esencial entre el historiador y el panfletista, entre el historiador por vocación y el que no lo es.

    Pío XII fue un hombre de su tiempo (no podía ser de otra manera), un papa de un momento histórico particular tanto en la vida de la Iglesia como en el escenario europeo y de los demás continentes y naciones. No corresponde a la vocación del historiador hacer la apología de su biografiado, digamos de Pío XII, pero tampoco “demonizarlo”, reducirlo a una sola dimensión de su personalidad o interpretar su pontificado bajo la perspectiva de un único acontecimiento: su actuación respecto al pueblo judío, durante el segundo conflicto mundial (1939-1945), que siendo importante no es el único ni el más significativo. En la medida de lo posible, se han de tener en cuenta todas las facetas de la personalidad, todos los acontecimientos del pontificado, todas las enseñanzas de su magisterio, toda su vida: tanto la pública como la privada, todo el intrincado ovillo de las relaciones con los pueblos y las naciones de la época. Un Pío XII, por así decir, pluridimensional e integral, no una caricatura del mismo; el Pío XII real, no el creado por los prejuicios y la ideología.

    Ningún historiador serio puede negar el amor sincero del papa Pacelli por el pueblo judío y su extraordinario interés práctico y eficaz por salvar del genocidio al mayor número posible de ellos. Ningún historiador serio puede negar tampoco su particular afecto por el pueblo alemán y, en consecuencia, sus notables esfuerzos por salvar a la Iglesia católica de las garras del fascismo y de la paranoia de Hitler. ¿Cómo lograr mantener estos dos intereses en la balanza histórica del momento, sin que uno de ellos quede perjudicado, yendo uno en detrimento del otro? Esta es la verdadera pregunta a la que los historiadores han de buscar justa respuesta, no de modo apriorístico o ideológico, sino a través de la documentación completa hasta ahora accesible, críticamente analizada. A la luz de esa pregunta se ha de iluminar, por ejemplo, la discreción del papa, el así llamado “silencio” ante la Shoah, su actuación “política” oculta e indirecta, su ayuda infatigable y permanente a los judíos, incluso personal, pero sobre todo a través de las instituciones católicas. No faltan historiadores que han visto en la prudente actitud del Santo Padre el modo más justo y eficaz de salvar a quienes, judíos o no, estaban condenados a una muerte segura e inhumana.


    Pontificado y magisterio

    La huella y el significado del pontificado de Pío XII en la historia, en estos cincuenta años pasados desde su muerte, son en gran parte independientes del historiador y del modo cómo éste interprete la persona y el quehacer diplomático, institucional y magisterial del papa Pacelli. Lo que no es del todo independiente del historiador es la visión que los hombres del futuro tengan de esa historia. De esa visión puede resultar que el pontificado piano tenga mayor o menor influjo futuro, deje una huella más o menos marcada en el devenir histórico. Por eso, la responsabilidad del historiador es grande de cara a la construcción del futuro. Por eso, el historiador no debe ceder a otras instancias -a veces sumamente atractivas y seductoras- que no sean la búsqueda sincera y honesta de la verdad. Sucede, por otra parte, que la historiografía posee en sí cierta capacidad de corregirse a sí misma con el paso de los lustros y decenios, con lo que la reconstrucción histórica poco a poco se va decantando más y más, hasta llegar, a largo plazo, a un cierto equilibrio entre la verdad histórica y la realidad de los hechos. Estas reflexiones son importantes, en nuestro entender, al cumplirse el cinquentenario de la muerte de Pío XII, porque, hay que decirlo, buen número de los historiadores no han hecho gala de honestidad al reconstruir y narrar los acontecimientos de su pontificado, al pergeñar su figura y su personalidad en el tiempo y en el espacio que le tocó vivir. Es deseable que la historiografía del futuro revise y corrija, en lo que sea necesario, la de estos decenios pasados para que la figura y el pontificado de Pío XII aparezcan, sí con sus luces y sombras, pero por ello en toda su verdad.

    Se destaca, del magisterio de Pío XII, el hecho de ser con mucho el más citado en las Constituciones, Decretos y Declaraciones del Concilio Vaticano II: son citadas 15 encíclicas con 65 citaciones y se hallan 87 referencias de otros documentos. Es un indicio claro de que para los padres conciliares el magisterio piano era un magisterio vivo, sumamente rico, abarcador de todos los grandes temas tratados, discutidos y aprobados en el Concilio. Durante los 19 años de su pontificado, en efecto, el papa Pacelli abordó con gran competencia y profundidad todas las cuestiones doctrinales de fe y de moral, que interesaron a los hombres de su tiempo. Para todos, en sus diversas categorías profesionales, tenía una palabra acertada, iluminadora de la mente y orientadora del obrar. Quedarse, sin embargo, en el mero número de citas me parece superficial e insuficiente. Hay que llegar a los contenidos de esas citas, a las reflexiones que llevaron a los padres del Concilio a incluir esas citas en los diversos documentos. Hay que preguntarse si hubiese sido posible el concilio Vaticano II sin ese magisterio pontificio, si Juan XXIII hubiese tenido la osadía de convocar el Concilio si no hubiese encontrado y no hubiese sido estimulado por ese intento de concilio que Pío XII no se decidió a convocar por las circunstancias de su vida personal y de la historia humana. Hay quienes subrayan la ruptura de los documentos del Vaticano II con el pasado. Conviene más bien hablar de novedad, pero una novedad que se engarza dentro de una continuidad con la tradición doctrinal, litúrgica y disciplinar de la Iglesia, y sobre todo con el magisterio piano; una continuidad diacrónica plurisecular que contribuyó de modo significativo a la sincronía de la novedad conciliar, sincronía altamente apreciada y celosamente buscada por el papa Pablo VI, verdadero timonel de la asamblea conciliar a partir de la segunda sesión del Vaticano II.

    Si fijamos nuestra atención en los documentos estructurales del Concilio, la Constitución dogmática Sacrosanctum Concilium sobre la liturgia fue precedida por la reforma que ya en gran parte fue realizando Pío XII durante los años de su pontificado, particularmente mediante la encíclica Mediator Dei y las normas litúrgicas que de ella se derivaron, por ejemplo, para la celebración eucarística, el rezo del breviario, etcétera. La Constitución dogmática sobre la divina revelación, Dei verbum, de cierto no hubiese sido posible sin la encíclica Divino afflante Spiritu del año 1943, que fue considerada por los estudiosos como una bocanada de aire nuevo para la exégesis católica. ¿Y qué decir de la Constitución sobre la Iglesia, Lumen gentium? Sin la encíclica Mystici Corporis Christi, ¿hubiese sido ésta la misma que es sea en su estructura que en sus contenidos fundamentales? Y los diversos temas de la Constitución pastoral de la Iglesia en el mundo, Gaudium et spes, ¿hubiesen sido abordados de la misma manera sin el magisterio de Pacelli sobre la concepción del hombre, sobre el ateísmo, sobre las relaciones entre las naciones, sobre el matrimonio y la familia, sobre la moral, sobre la cultura, sobre la vida económica y social? Y, para no ser prolijos, digamos que algo semejante podría decirse de los otros doce documentos del Concilio Vaticano II, en temas de tanta valencia actual como la educación, la libertad religiosa, los medios de comunicación, la vida religiosa y el ministerio pastoral, etcétera.


    Espiritualidad y santidad

    Pasando a un aspecto poco tenido en cuenta, como es la espiritualidad y santidad de Pío XII, los testimonios de que disponemos documentan una vida espiritualmente rica y moralmente intachable en Pacelli. El título de Pastor angelicus le encaja como anillo al dedo. Su majestuosidad litúrgica, su profundo recogimiento en las ceremonias, sus gestos solemnes, la nobleza de su porte y su mirada casi mística hacían sentir y palpar a los peregrinos la presencia cercana del Dios trascendente, la majestad divina que se hace visible en su vicario junto con su amor y misericordia. Ver a Pío XII, sobre todo en las celebraciones litúrgicas, era para sus contemporáneos como una invitación impelente a entrar en un espacio sacro, en la esfera del Dios vivo y verdadero. La disciplina y austeridad de vida, según cuentan quienes le conocieron de cerca, fueron en él ejemplares; su espíritu de penitencia y sacrificio, extraordinarios; su vida de oración y de intimidad con Dios, propia de un alma que vive habitualmente en el mundo sobrenatural; su devoción a María, de ternura filial. En el trato con los íntimos y conocidos, era de una encantadora sencillez; en las relaciones oficiales de papa o de jefe de estado, de una elevada nobleza. Como obispo de Roma se preocupó de las necesidades tanto espirituales como corporales de sus hijos, particularmente durante la segunda guerra mundial y los años inmediatamente posteriores; como Pastor de la Iglesia universal, iluminó con su enseñanza, a través de numerosos escritos, discursos y homilías, las conciencias y dio orientaciones prácticas para dirigir el comportamiento y la actuación de los católicos en el ambiente familiar y profesional, en el campo político, socio-económico y cultural.


    ¿Por qué Pío XII no ha sido beatificado ni canonizado?

    Aquí surge espontáneamente la pregunta: ¿por qué Pío XII no ha sido beatificado ni canonizado? ¿Por qué su causa, que fue introducida en el pontificado de Pablo VI, no ha seguido adelante? ¿Qué es lo que ha impedido a la Iglesia elevar a los altares a un hombre y a un papa de vida ejemplar y de reconocida santidad, ya durante su vida? Se puede buscar una respuesta mediante una mirada retrospectiva a los cincuenta años pasados desde su deceso, una respuesta que requeriría mucha dedicación, mucha ciencia histórica y que sería, por tanto, una respuesta larga, intrincada y compleja, difícilmente satisfactoria para todos, hiriente y lacerante para no pocos. Sea bienvenida esa respuesta, que es necesaria y será provechosa para la Iglesia y para la sociedad civil, con todo nosotros queremos mirar hacia el horizonte temporal que tenemos por delante, queremos lanzar una mirada de proyección hacia el futuro. Consideramos urgente eliminar con prudencia y con tesón los obstáculos “políticos”, y esforzarse porque la causa de beatificación se acelere y llegue pronto a feliz término. Nuestro más vivo deseo es que los artículos de este número de nuestra revista puedan, por una parte, elucidar algunos aspectos poco conocidos de Pío XII y su pontificado y, por otra, colaborar a hacer avanzar, aunque sea un poquito, la causa de beatificación del Pastor angelicus.
     
  17. rosasylirios

    rosasylirios Guest

    CONVERTÍOS EN CRIATURAS NUEVAS POR MEDIO DE LA FE...

    Convertíos en criaturas nuevas por medio de la fe, que es como la carne del Señor, y por medio de la caridad, que es como su sangre
    San Ignacio de Antioquía
    Carta a los Tralianos 8,1-9,2; 11,1-13,3

    Revestíos de mansedumbre y convertíos en criaturas nuevas por medio de la fe, que es como la carne del Señor, y por medio de la caridad, que es como su sangre. Que ninguno de vosotros tenga nada contra su hermano. No deis pretexto con ello a los paganos, no sea que, ante la conducta insensata de algunos de vosotros, los gentiles blasfemen de la comunidad que ha sido congregada por el mismo Dios, porque ¡ay de aquel por cuya ligereza ultrajan mi nombre!

    Tapaos, pues, los oídos cuando oigáis hablar de cualquier cosa que no tenga como fundamento a Cristo Jesús, descendiente del linaje de David, hijo de María, que nació verdaderamente, que comió y bebió como hombre, que fue perseguido verdaderamente bajo Poncio Pilato y verdaderamente también fue crucificado y murió, en presencia de los moradores del cielo, de la tierra y del abismo y que resucitó verdaderamente de entre los muertos por el poder del Padre. Este mismo Dios Padre nos resucitara también a nosotros, que amamos a Jesucristo, a semejanza del mismo Jesucristo, sin el cual no tenemos la vida verdadera.

    Huid de los malos retoños: llevan un fruto mortífero y, si alguien gusta de él, muere al momento. Estos retoños no son plantación del Padre. Si lo fueran, aparecerían como ramas de la cruz y su fruto sería incorruptible; por esta cruz, Cristo os invita, como miembros suyos que sois a participar en su pasión. La cabeza, en efecto, no puede nacer separada de los miembros, y Dios, que es la unidad promete darnos parte en su misma unidad.

    Os saludo desde Esmirna, juntamente con las Iglesia de Asia, que están aquí conmigo y que me han confortado, tanto en la carne como en el espíritu. Mis cadenas que llevo por doquier a causa de Cristo, mientras no ceso de orar para ser digno de Dios, ellas mismas os exhortan: perseverad en la concordia y en la oración de unos por otros. Conviene que cada uno de vosotros, y en particular los presbíteros, reconfortéis al obispo, honrando así a Dios Padre, a Jesucristo y a los apóstoles.

    Deseo que escuchéis con amor mis palabras, no sea que esta carta se convierta en testimonio contra vosotros. No dejéis de orar por mí, pues necesito de vuestro amor ante la misericordia de Dios, para ser digno de alcanzar aquella herencia a la que ya me acerco, no sea caso que me consideren indigno de ella.

    Os saluda la caridad de los esmirniotas y de los efesios. Acordaos en vuestras oraciones de la Iglesia de Siria, de la que no soy digno de llamarme miembro, porque soy el último de toda la comunidad. Os doy mi adiós en Jesucristo a todos vosotros, los que estáis sumisos a vuestro obispo, según el querer de Dios; someteos también, de manera semejante, al colegio de los presbíteros. Y amaos todos, unos a otros, con un corazón unánime.

    Mi espíritu se ofrece como víctima por todos vosotros, y no sólo ahora, sino que se ofrecerá también cuando llegue a la presencia de Dios. Aún estoy expuesto al peligro, pero el Padre es fiel y cumplirá, en Cristo Jesús, mi deseo y el vuestro. Deseo que también vosotros seáis hallados en él sin defecto ni pecado.
     
  18. rosasylirios

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    EL MINISTERIO INVISIBLE

    Las Palabras del Angel: El Ministerio "Invisible"


    136.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

    136.2. Cuando te hablo de los bienes invisibles, es fácil que pienses que te hablo de bienes irrelevantes. Aunque en otras palabras que te he dicho ya hay respuesta para este modo de pensar, hoy quiero agregar algo para tu instrucción tomando como ejemplo a la Iglesia peregrina.

    136.3. Contempla en tu imaginación la vida de una parroquia modesta y común. Vuélvete un visitante y observador de todas sus actividades. No aparece allí mucho que te lleve a pensar en la persona del Papa. Salvo alguna fotografía, algún documento eclesial y una oración brevísima en la Santa Misa, el Papa es como un "invisible." Pero es que "invisibles" son también los cimientos de los edificios. Tú no vives dentro de los sótanos y columnas que soportan el lugar en que vives y sin embargo, si ellos fallaran entonces serían plenamente "visibles." Su existencia pasa inadvertida excepto cuando se medita en los fundamentos de la construcción, o cuando la construcción falla.

    136.4. Así sucede también con el Papa, que por designio de Dios es un bien a la vez visible e invisible en la Iglesia. Muchos hablan del Papa sólo como un punto o referencia dentro del conjunto de una estructura visible, con lo cual queda convertido en algo así como el Gerente General de un conjunto numeroso de personas en todo el mundo.

    136.5. La verdad es que el Papa tiene un ministerio básicamente "invisible," en el sentido que esta palabra tiene en el ejemplo que te he dado. Muchos católicos destacan con la mejor buena fe que el Papa es "cabeza visible" de la Iglesia. Una expresión así engendra fácilmente confusión, porque la Cabeza de la Iglesia era y es solamente Jesucristo. Lo que hace que el Papa tenga un ministerio en orden a la "capitalidad" es precisamente lo que no es visible en él, es decir, su unión por la fe y el amor con Cristo Cabeza.

    136.6. Una consecuencia importante de esta observación es que el Papa, en el desempeño de su misión, está llamado a un género de ocultamiento tal que sólo se haga visible como referencia de fundamento cuando la unidad en la profesión de fe o en el tejido de la caridad esté en peligro. En proporción a su propio ministerio, los Obispos y demás ministros ordenados han de obrar de modo que resplandezca intensamente el brillo de la Palabra divina y sean enaltecidos en todo el honor y la gloria de Dios. El sacerdote no debe aparecer en medio de la comunidad sino como ministro de los intereses de Dios y testimonio elocuente de la gracia que viene de lo alto.

    136.7. Desde luego, esto implica un camino de ascesis y de profunda abnegación. No es nada fácil sentir que de ti la gente no te necesita a ti sino a Aquel cuyo ministro y testigo eres. Y cuanto más alta la responsabilidad eclesial, más profunda ha de ser esta convicción.

    136.8. Hermano, tú sabes que hay responsabilidades que te aguardan. Por eso te hablo así; por eso estoy aquí y te hablo. Acuérdate de la Sangre que te redimió y que fue precio sobreabundante para la vida del pueblo santo. ¡Acuérdate, acuérdate siempre de esa Santísima Sangre!
     
  19. rosasylirios

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    UNA PALESTRA DE LA CASTIDAD

    Una palestra de la castidad. ¡Precisamente en Corinto!

    Fuente: Catholic.net
    Autor: Pedro García Misionero Claretiano




    La carta de Pablo a los Corintios nos trae hoy una sorpresa grande. Sabemos que ciudad de Corinto no tenía más rey que el dinero ni otra reina que la lujuria.

    Se popularizaba esto con dichos que nos han llegado hasta nosotros. “No cualquiera puede ir de viaje a Corinto”, decían los turistas de aquel entonces, pues la billetera tenía que estar bien llena.

    Y por todas partes corría la palabra griega “corinciáceszai”, “vivir a lo corinto”, es decir, divertirse y gozar lujuriosamente, como lo enseñaban las mis sacerdotisas prostitutas de la diosa Afrodita, la Venus de los griegos, la cual tenía su templo en la cima del Acrocorinto que dominaba la ciudad.

    Pues bien, en este trasfondo de la inmoralidad de Corinto, hay que situar todo lo que la carta primera de Pablo dice sobre la castidad, sobre el matrimonio, sobre la virginidad, sobre el celibato.

    Por encima de las miserias humanas, que las hubo y grandes, ¿cómo es posible que se alce tan alto un ideal de pureza que casi resulta inconcebible?...

    Desde luego, que en la Iglesia de Corinto había miserias. No era fácil desarraigar de repente la inclinación al vicio de algunos convertidos. Por ejemplo, el caso que hizo a Pablo levantar el grito hasta el cielo:
    “¿Cómo es posible que se dé entre ustedes una fornicación que ni entre los paganos, hasta tener uno por mujer a su propia madrastra”, quitándosela a su padre? (1Co 5,1)

    Y les advertía a todos, porque eran muchos los que necesitaban el aviso:

    “¿No saben que sus cuerpos son miembros de Cristo? ¿Y hay que tomar los miembros de Cristo para hacerlos miembros de una prostituta? ¡Huyan de la fornicación!
    “Su cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en ustedes, y ya no se pertenecen.
    “Pues el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor” (1Co 6,13-19)

    Sin embargo, aquí viene lo sorprendente. Pablo no se tiró para atrás al anunciar el Evangelio de Jesucristo, y se encontró, -¡en Corinto precisamente!-, con matrimonios bellamente unidos, y con el ideal de la virginidad y del celibato por el Reino de los Cielos.

    Por lo visto fueron muchos, bastantes al menos, los que dijeron:
    - Sí!, por el Señor Jesús, vale la pena…

    Pablo reconoce esta gracia y este carisma del Espíritu Santo en Corinto. Recibe consultas sobre el asunto, y contesta de modo que admira y hasta nos asombra. El capítulo séptimo de la carta primera no se puede leer sin emoción.

    ¡Cuánta gracia de Dios!...

    Pero Pablo, aunque se entusiasme y bendiga al Señor por sus queridos corintios - que le causan tantas alegrías a la vez que tantos quebraderos de cabeza-, es un hombre sensato y va respondiendo a cada pregunta con gran prudencia.

    ¿Quieren saber mi parecer, pues creo tener el carisma del consejo, recibido del Señor?
    Está muy bien eso de la virginidad y el celibato.
    ¡Qué más quisiera yo sino que todos fueran esto que soy yo, célibes!
    Pero cada uno tiene su propio don del Espíritu Santo: uno de una manera, otro de otra.
    El celibato es un don, y el matrimonio es otro don de Dios.
    El casado tiene un regalo de Dios, y el célibe tiene otro regalo venido de Dios también.

    Ya en la primera respuesta indica Pablo el gran corazón que tiene. Y sigue:

    Sí, me gustaría, varones, que fueran célibes; y ustedes, mujeres, que optaran por la virginidad.
    Sin embargo, y ya que me lo preguntan, les digo que, para evitar la fornicación, cada uno tenga su propia mujer y cada mujer tenga su propio marido.
    Sigan si quieren ese alto ideal del celibato.
    Pero si les cuesta mucho, cásense, que les resultará mucho mejor.

    Pablo hace gala de un gran sentido común.
    Y quiere que los esposos cristianos cumplan como tales:

    Maridos, ¡entréguense a sus esposas! Mujeres, ¡entréguense a sus maridos!... Es un derecho y una obligación de todos, a la vez que un regalo de Dios.

    Ante la plaga del divorcio, viene ahora Pablo y repite a los de Corinto el precepto expreso de Jesucristo:

    Miren lo que les mando, no yo, sino el Señor en persona: que el hombre no se separe de su mujer ni la mujer de su marido.

    Este era bien claro el mandamiento de Jesús en el Evangelio. Pero, ¿qué hacer si se ha dado el caso de una separación? Ahora encarga Pablo con seriedad, pero se adivina el mucho cariño de su corazón:

    - ¡No se separen! Y, si se separan, sepan que no pueden volver a casarse. Entonces, lo mejor es que, si se ha dado la separación, vuelvan a reconciliarse: el marido no rechace a la mujer, y, naturalmente, tampoco la mujer deseche al marido.


    Ante la inquietud que sentían algunos casados de dejar el matrimonio para darse del todo al Señor, Pablo les sale al frente y les dice:

    -¡No se les ocurra! Siga cada uno en su matrimonio. Continúen en el mismo estado que tenían cuando recibieron la fe y fueron bautizados. Porque ésa es la vocación en que fueron llamados y en la cual han de perseverar.

    Como vemos a cada paso y en cada cuestión, Pablo es sensato de veras y tiene una visión amplia del cristianismo.

    Por eso les insiste a sus lectores, todos ellos discípulos tan queridos:

    Para que vean que no les fuerzo, les repito:

    ¿Estás casado o casada? No busques separación.
    ¿Te quieres casar? Cásate, pues no faltas.
    Lo único que yo quiero es ahorrarles preocupaciones en el servicio del Señor.

    Pablo no ha podido mostrarse más comprensivo, más generoso, más noble.
    Al predicar y escribir así, Pablo es fiel al Señor Jesús, y es fiel también a los cristianos, que deben gozar de plena libertad en sus decisiones.

    Este capítulo siete de la primera a los Corintios es de lo más notable que hay en las cartas de Pablo. ¡Qué corazón el del Apóstol! ¡Qué generosidad la de aquellos primeros cristianos!

    ¡Y qué lección también para el mundo de hoy!...

    Sobre el ansia de placer desbordado que entontece a tantos, triunfa en muchos, hoy como entonces, la fuerza de Jesucristo, el cual no se deja vencer…
     
  20. rosasylirios

    rosasylirios Guest

    LA ORACIÓN QUE CRISTO NOS ENSEÑÓ

    La oración que Cristo nos enseñó

    Fuente: Catholic.net
    Autor: Clemente González


    Lucas 11, 1-4

    Y sucedió que, estando Él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: «Señor, ensénanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos». El les dijo: «Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación».


    Reflexión


    Para un judío piadoso de tiempos de Cristo rezar era una de las actividades más cotidianas; cada momento del día llegaba provisto de su pequeña oración. Se agradecía a Dios la comida antes y después de sentarse a la mesa, se le bendecía al llegar el amanecer y a la caída del sol; se le invocaba al salir de casa y se le agradecía el retorno al hogar. Todavía hoy se reza varias veces al día el Schemone Esre, una plegaria larga y concienzudamente elaborada consistente en dieciocho bendiciones a Yahvé.

    Los discípulos eran hombres piadosos. De otra forma no hubiesen dejado cuanto tenían para seguir a un predicador religioso. Como buenos judíos rezaban continuamente; eran especialistas en la oración. Sin duda, Jesús habrá cumplido con ellos centenares de veces la recitación de las oraciones rituales para los diversos momentos del día.

    Sin embargo, la oración de Jesús resultaba tan diametralmente opuesta al ritualismo judío que los apóstoles, después de años y años rezando, sienten la necesidad de pedirle que les enseñe a orar.

    ¿Qué tendría la oración de Jesús para llamar tan poderosamente la atención de los discípulos? Los evangelistas quedaban tan cautivados por su forma de dirigirse a Dios que quisieron sembrar sus relatos de destellos de Jesús orante: nos cuentan que pasaba las noches en oración, que rezaba antes de las decisiones fuertes y antes de los milagros, y que la plegaria le salía del corazón de forma espontánea y sincera.

    Cuando logran que Jesús les cuente su secreto, encuentran que consiste en algo tan sencillo como llamar a Dios con el cariñoso apelativo de Padre y en realizarle las sencillas y esenciales peticiones del Padrenuestro. Es lo que Cristo desea que haga cada cristiano. Jesús llevaba una vida normal, incluso durante su vida pública no parecía que el transcurso de esos tres años fuera algo extraordinario, estaba impregnado de grandes milagros realizados de forma sencilla, muchos sin que los interesados a penas se percataran.

    Jesús no tenía "stress", y estaba todo el día y la noche disponible, vivía su vida de forma tranquila, a veces se dejaba llevar por las multitudes, parecía que perdía el tiempo o se demoraba en la llegada a sus destinos porque alguien le pedía algo diferente, que ÉL concedía. Y es que Jesús.... oraba.
     

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